Las razones del feo a Gallardón en Marruecos.
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Jueves, 18 de julio de 2013, a las 00:22:32
España
Entrada del blog de Alberto Ruiz-Gallardón, en la web del Partido Popular, el 25 de noviembre de 2010:
El balance global de los años setenta en España justifica una más que razonable satisfacción. En el ecuador de la década, nuestro país empezó a dejar atrás un régimen autoritario que 36 años atrás se había impuesto por las armas para terminar homologándose por fin con el resto del mundo occidental como sociedad democrática, comprometida con las libertades y abierta a la comunidad internacional. Y con todo, hay sin embargo un punto negro del que debemos sentirnos profundamente insatisfechos: la suerte corrida por el pueblo saharaui.
Durante muchos años, los sucesivos
gobiernos democráticos tuvieron clara esta necesidad, que a la vez es también
un imperativo moral. Por eso nuestro país respaldó sin titubeos la postura que
en 2003 quedó resumida en la resolución 1495 de Naciones Unidas que aboga por
la libre determinación del pueblo del Sáhara Occidental, y logró que la
comunidad internacional asumiera una neutralidad activa que consistía en
incentivar a las dos partes en conflicto hasta dar fin a éste. Nos manteníamos
así en una actitud cuando menos digna, que no desmerecía de la demostrada por
Portugal respecto al caso simétrico de Timor Oriental, invadido en 1975 por
Indonesia, e independizado por fin en 2002 gracias a un referéndum de autodeterminación
patrocinado por la ONU. Era, en fin, lo menos que podíamos hacer, después de
haber abandonado una tierra de la que nos habíamos hecho responsables.
Invocar ahora intereses nacionales -que ciertamente existen, pero que pueden y deben ser defendidos por vías que no sean las del silencio cómplice-, justificando un tono prácticamente inaudible ante la represión de los saharauis, constituye un ejercicio de realpolitik brutal que, lejos de defender a nuestro país, simplemente agrava la situación, toda vez que demuestra una tibieza que puede ser interpretada como una invitación a una política de hechos consumados y manos libres. No más honrosa resulta la complacencia de nuestro Gobierno ante la censura selectiva del país vecino, ni sus desvelos para rebajar la firmeza del Parlamento Europeo en la declaración que debatirá hoy -en una actitud de solidaridad con el fuerte y de indiferencia con el débil que recuerda mucho a la sostenida respecto a Cuba-, ni, en fin, una falsa equidistancia que ni siquiera se molesta ya en aparentar que lo es. Respecto a la necesidad de mantener una relación fluida con Marruecos -quién lo duda- lo más chocante es que se aluda veladamente a nuestra seguridad, como si ante un enemigo común como es el terrorismo cupiera otra política que no fuera la de la cooperación. Del mismo modo que no resultaría admisible escuchar eso de parte de Marruecos, no lo es que se insinúe de la de nuestro Gobierno.
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