El deseo nómada

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Viernes, 16 de febrero de 2007, a las 21:02:06

Opinión

El deseo nómadaTú no querrás darle al cobarde la razón esta noche, ni querrás mimar la noche con palabras, tu querrás abrazar mis brazos y en ellos sentir el refugio del descanso, pero yo me quedaré esperando oír la luz de tus ojos bajo el espejo de la luna y en la fulgurante arena perseguir tus huellas para encontrar en la oscuridad de las estrellas una tetera encima de la brasa y a su alrededor contarte la historia de la última lluvia y caravana de camellos que conquistó esta tierra y en ella prosperó oliendo el manjar verde de la badia.
Yo me quedaré a la luz del fuego respirando el humo de la leña lentamente y en la palabra de los oradores beduinos se habla de pozos de agua, de pastos, de ganado y mercancías; también se intenta predecir el fin de la sequía y en medio de la conversación el pequeño pastor acompañado de su veloz perro blanco busca mirar constantemente hacia la intemperie y en la lejanía de la oscuridad escucha el sonido de sus cabra,s vuelve su mirada a los demás reunidos en circulo y pregunta “¿cuánto tiempo puede estar un camello sin beber agua?” 

Un anciano acaricia la tetera y sirve el primer vaso de té después de saborear lentamente el espeso líquido envuelto en espuma, se dirige al joven con su voz pausada y lenta “cuando yo tenía tus años en el desierto no habían coches sólo camellos, encima de estos animales cargábamos la jaima, las mantas, las esteras, los víveres y las personas, recorríamos toda la tierra calculando los pozos de agua por los que teníamos que pasar y en nuestro trayecto buscábamos como referencia el sitio donde había caído la lluvia, hijo mío en esta aventura no se pueden cometer errores, los errores se pagan con la vida”.

Los ojos negros saltones brillan al escuchar la sabiduría del anciano, el joven se queda con una profunda duda y le dice “pero señor ¿no me has dicho todavía cuánta agua beben los dromedarios?”. El abuelo va mezclando el espeso té y les sirve el segundo vaso e inmediatamente abre sus brazos alrededor de la hoguera, dirige sus ojos al centro de la llama, y empieza diciendo “El otoño es un movimiento caluroso de personas, animales y vientos que soplan de todas direcciones; los nómadas desesperados dirigen su mirada al cielo e intentan predecir los acontecimientos del tiempo. Desde finales de agosto hasta principios de noviembre toda gota de agua caída del cielo hace crecer la yerba, pero el buen pastor pregunta a todos sobre las precipitaciones y cuando sabe que el preciado tesoro de las nubes corre en los ríos secos del Sahara hacia allí se dirige con su ganado. Cuando llega el invierno todo se vuelve un manto verde hasta los primeros meses de la primavera y con la llegada de las primeras tormentas de arena todo comienza a secarse formando un ciclo que la vida persigue”.

El pastor inexperto se queda asombrado de cómo una persona siente el desierto como algo suyo, que corre por su sangre y su felicidad está atada a los valles, montañas y llanuras que recorrió durante muchas estaciones, su existencia no tiene sentido sin la inmensidad, en ella encuentra su reflejo y el de sus antepasados.

Los años son la voz de la experiencia, porque este hombre sabe que en el duro verano la vida desaparece en las primeras horas de la mañana y todos los seres del desierto buscan la sombra y el agua, el camello es capaz de beber entre sesenta y cien litros cada cuatro o cinco días, en cambio en el invierno a este animal le basta con comer el verde pasto.

El fuego se apaga lentamente y el abuelo sirve su tercer vaso de té, los tertulianos se despiden y cada uno se dirige a su manada de camellos y cabras para ordeñar la leche en unos enormes cuencos, mientras el joven pastor estira su manta sobre la arena que está frente a la jaima. Coloca un cojín y una sábana, mira fijamente las miles de estrellas perdidas en las rutas nocturnas y por la mañana sabe que volverá a recorrer con sus animales los caminos nómadas de la Badia.  

Ali Salem Iselmu

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