El anillo roto

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Lunes, 29 de noviembre de 2010, a las 19:30:47

Opinión

Por Juan j. Ibarretxe, * Lehendakari ohia - Sábado, 27 de Noviembre de 2010

Hace casi una década que llevo en el dedo de una de mis manos un anillo negro con incrustaciones de piedras del desierto que mi hija me trajo tras un viaje a Tinduf. Fue a convivir con la familia de un niño saharaui que pasaba temporadas en nuestra casa. El anillo, hecho de un tubo de plástico, no tiene valor económico alguno pero cuenta con un enorme valor simbólico y sentimental. Decidí llevarlo como un gesto permanente de denuncia de la injusticia que desde noviembre de 1975 asola al pueblo saharaui.

Esta semana el fino plástico del anillo se rompió. Mi propensión a buscar las causas de las cosas en la razón y no en las creencias me aconseja pensar en la casualidad. Pero no deja de ser sintomático y simbólico que uno de los momentos más críticos y graves por los que atraviesa el pueblo saharaui coincidiera con el anillo roto.

Desde que España, potencia colonial, decidiera abandonar el Sahara a su suerte, permitiendo a Mauritania y Marruecos apoderarse del territorio de los saharauis, las cosas para éstos han ido de frustración en frustración y de mal en peor. Han ido de injusticia en injusticia y los despropósitos más incomprensibles han dado lugar a situaciones que se asemejan más al autoritarismo que a la búsqueda de un acuerdo democrático.

Mauritania acabó reconociendo que existe un pueblo saharaui que tiene una identidad propia, una lengua, una cultura y una forma de ver y entender el mundo. Existe un territorio, el Sahara, y un pueblo que le pertenece, los saharauis. Y, por tanto, les asiste el derecho a poder decidir democráticamente cómo quieren que sea su futuro. La torpe y nefasta descolonización española dejó el camino abierto a Marruecos para negar de forma persistente y contra toda racionalidad que exista un pueblo con una identidad y una cultura diferentes a la suya que tiene derecho a vivir como desee y que no acepta que otros decidan por él cómo ha de ser su vida, su economía, su desarrollo, su educación, su costumbres o su futuro.

La propia Organización de Naciones Unidas concluyó que los saharauis son un pueblo al que le asiste el derecho de autodeterminación. Los saharauis abandonaron la violencia y la guerra y confiaron en el diálogo internacional y en la democracia. Les engañaron. Qué triste y que descorazonador para cimentar un nuevo orden internacional basado en la cooperación y el diálogo entre las naciones. En lugar de democracia, Marruecos les ha ofrecido autoritarismo intransigente y la comunidad internacional un silencio cómplice que resulta ensordecedor.

El aplastamiento -sin testigos molestos- por parte de Marruecos de la protesta pacífica que llevaban a cabo los saharauis en El Aaiún ocupado es el último y penoso episodio de esta historia que jamás debiera haber existido. Pero también Felipe González dijo que España no sería libre hasta que el Sahara no fuera libre y sólo hay que ver los resultados de declaraciones tan demagógicas como insensatas.

Y la comunidad internacional sigue silente ante tanta injusticia. España, que tiene un plus de responsabilidad en todo este desgraciado asunto fruto de su condición de metrópoli colonial, es incapaz siquiera de condenar la violencia autoritaria de Marruecos en el Sahara ocupado.

Hoy es el día que no se sabe exactamente qué ha ocurrido en El Aaiún. Muertos, heridos de bala, desaparecidos, personas intimidadas y torturadas…. España, bajo el argumento de que Marruecos es un país soberano -reconociendo al reino magrebí una soberanía que no tiene sobre el Sahara occidental-, ha tratado de contaminar la posición de la Unión Europea abogando por la equidistancia. Y ello a pesar de las responsabilidades que España tiene como antigua potencia colonial, y pese a vulnerarse uno de los principios básicos de los tratados europeos: el derecho a disponer de una información veraz. La actitud del Gobierno del Reino de España y del PSOE en relación con el pueblo saharaui me parece obscena.

A los saharauis no se les ha ofrecido otra salida que renegar de su ser saharaui, que acepten que no son un pueblo, que no tienen identidad y que han de ser lo que Marruecos ha decidido que sean. Como siempre hay quienes ante tanta injusticia y olvido prefiere morir de pie a vivir de rodillas y los vientos de guerra por parte del Frente Polisario resuenan nuevamente con vigor. Incluso hay quienes desean que eso ocurra para llamarles terroristas. No creo en la violencia como mecanismo para la resolución de conflictos políticos. No creo que sea la solución aquí, ni creo que sea la solución para el Sahara. E insisto en que hay quienes están esperando con regocijo a que eso ocurra para acabar definitivamente con el pueblo saharaui, en una guerra absurda y desigual.

Y, además, nadie diría nada. No olvidemos que arman a Marruecos las mismas potencias que guardan silencio ante sus tropelías; los que pescan en sus ricos caladeros son los mismos que exhiben su insensibilidad ante los excesos marroquíes. ¿Qué mundo estamos construyendo en el que el comercio o la promesa de Marruecos de ser un contenedor del terrorismo islámico dejan en papel mojado los derechos justos de las personas y los pueblos? Algo, a mi juicio, no estamos haciendo bien, porque nada de todo ello afecta ni tiene que ver con el reconocimiento del pueblo saharaui. Marruecos seguiría siendo exactamente lo mismo que es ahora, comerciando de igual manera y cerrando acuerdos pesqueros o jugando su papel geopolítico si los saharauis pudieran por fin ejercer su derecho a la autodeterminación.

El siglo XXI no va a estar caracterizado por dictaduras tradicionales tal y como las hemos conocido en el pasado siglo. Los mecanismos de dominación vendrán revestidos de autoritarismo democrático. Dos valores aparentemente antagónicos que se han unido y se han hecho visibles en la escena internacional. Marruecos y el conflicto del Sahara son un ejemplo paradigmático más de las nuevas formas de dominación de unos pueblos sobre otros. Hoy en día en el mundo se hablan unas 5.000 lenguas que representan otras tantas culturas e identidades. Hay estudios que afirman que a finales de este siglo sólo sobrevivirán 500 de ellas. El resto habrá sido barrido por una globalización que bajo su manto de una supuesta interculturalidad esconde la negación y la imposición de unos pueblos sobre los demás. Porque los nuevos "demócratas autoritarios" nos quieren hacer creer que los Derechos Humanos son parcelables y que las utopías de los pueblos son imposibles de ejercitar. Nos dicen que no malgastemos las energías en pensar cómo deseamos ser, dado que ya existe quien lo ha decidido por nosotros. Nos quieren hacer creer que estarían encantados de que fuéramos felices comprando lo que deseamos, si no fuera porque ya tienen para vendernos el mejor producto pensado para nosotros.

El pueblo saharaui vive un momento histórico. Y deberá estar a la altura de los gigantescos desafíos que tiene planteados. Y el resto deberíamos estar igualmente a la altura de denunciar las tropelías que se siguen produciendo a nuestro alrededor, porque de poco sirve vivir en este mundo si no es para cambiarlo, para hacerlo más justo y solidario, para erradicar la pobreza y hacer posible un desarrollo humano sostenible en un marco de diálogo y cooperación internacional.

No me gustaría concluir sin enviar un abrazo a las mujeres y a los hombres del pueblo saharaui, a los que llevo en el corazón para siempre. Se me ha roto el anillo…. Pero tenéis más… Muchos más.

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Fuente: Deia.com