"OLVIDOS Y FALACIAS" - Carta al Director de EL PAÍS

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Domingo, 21 de febrero de 2010, a las 20:57:01

Solidaridad

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La invasión fue condenada por la ONU y la actual Unión Africana. A petición de Marruecos y Mauritania, el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya dictaminó que el Sáhara Occidental jamás estuvo bajo soberanía marroquí, tal como ya había reconocido muchas décadas atrás el propio sultán del Marruecos de aquel entonces ante el Foreign Office británico. En consecuencia, ningún país del mundo reconoce la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental. Adicionalmente, Marruecos se apropió, incluso, de la parte “presuntamente” mauritana del territorio. Es decir, para colmo, Marruecos incumplió también los ilegales Acuerdos de Madrid, además de incumplir un buen puñado de resoluciones de Naciones Unidas.

Desde aquella primera agresión criminal (España entró en el Sáhara mediante acuerdos con la población autóctona), el régimen marroquí ha venido perpetrando todo tipo de fechorías sobre la población saharaui y sus recursos naturales (Dictamen Hans Corell), uno de cuyos episodios más sonados ha sido el reciente affaire Aminatu Haidar y los siete civiles saharauis candidatos a la pena de muerte. Y todos los días nos desayunamos con alguna nueva fechoría propia de Estados-delincuentes (Noam Chomsky).

Conforme a la legalidad internacional, no existen las impúdicamente llamadas “provincias marroquíes del Sáhara”. Sí existe, en cambio, una Misión de las NN UU para el Referéndum en el Sáhara Occidental (MI-NU-R-SO) y una población autóctona duramente reprimida y/o desplazada y exiliada. El régimen imperante en Marruecos no tiene competencias legales para, graciosa y altivamente, “conceder una última oportunidad” a los saharauis: Hace ya mucho que el propio pueblo saharaui se dotó, libre y soberanamente, de su propio Estado de Derecho, la RASD. Por tanto, ya es hora de que Occidente se desprenda de algo de hipocresía y de muchos intereses y permita que los saharauis recuperen su tierra y su libertad. Nadie puede creerse la pantomima de sentar en una misma mesa “de negociación” al agresor y al agredido, al invasor y al invadido. Ni siquiera lo hizo Franco con sus propios compatriotas. Tampoco los jueces sientan en la misma mesa a las mujeres maltratadas y a sus maltratadores. Por algo será.

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