El día a día de los refugiados

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Sábado, 18 de noviembre de 2006, a las 20:01:14

Campamentos de Refugiados

El día a día de los refugiadosLos saharauis han levantado una vida en medio de la nada. Un sistema sanitario, administrativo, político y educativo que, a pesar del esfuerzo, tiene grandes carencias. Suena un despertador. Todavía se ven las estrellas. Demasiado temprano, poco más de las cinco de la mañana. Pero es Ramadán y hay que tomar la última comida de la noche, para así afrontar un duro día en el que las temperaturas no bajarán de los cuarenta grados, sin tomar un solo sorbo de agua. Alrededor de la mesa del pequeño patio, franqueado por muros de adobe, sentados sobre las mismas alfombras que sirven de colchón, las familias saharauis terminan la noche, o comienzan el día, según como se mire. La actividad se retoma con el amanecer.

Ana Lázaro
Los puestos del mercado abren sus puertas. Estrechas calles llenas de oscuras tiendas donde cada estantería es de una forma, pero tienen algo en común: el óxido que las recubre. Viejas mantas cubren los cestos de tomates, patatas, plátanos, manzanas y dátiles. Es complicado poner la mercancía a salvo de los insectos que pululan por el lugar. Las mujeres, ataviadas con la tradicional “melfa”, muchas de ellas poniendo a salvo sus manos con guantes de lana, a pesar del calor, eligen concienzudamente cada pieza de fruta que van a adquirir, tras el saludo rutinario con el dependiente, que normalmente espera a la clientela a las puertas de la tienda, viendo pasar el tiempo.

Ana Lázaro

El concepto de tiempo cambia en el Sahara. Nada que ver con el mundo occidental, donde todo está hecho para durar poco. En el desierto el tiempo parece detenerse. Sólo el sol advierte del devenir de los días. La actividad es rutinaria, pero las conversaciones hacen que cada día sea distinto. Los saharauis son grandes conversadores. Lo han aprendido alrededor de la tetera, al son del bullir del agua hirviendo, justo en el momento anterior a verter la hierba seca en ella. Hablan de política, del día a día, de su situación, de sus sueños. Hablan y hablan, porque las palabras es lo más grande que les queda. Y con ellas se hacen fuertes.

Cualquier pequeño acontecimiento puede romper la rutina en los campamentos. Cuando una familia adquiere un coche (un todo terreno), algo prácticamente improbable, toda la familia sacrifica un cordero para celebrarlo. La llegada de ayuda humanitaria también se convierte en todo un acontecimiento. Las mujeres y los niños se acercan hasta el centro de la wilaya donde se reparten sacos de arroz, harina, azúcar, botellas de aceite, y bombonas de gas. Una fiesta para los sentidos. Y un alivio para el estómago.

Ana Lázaro Sanidad: La baza de la supervivencia

Cuando se vive en medio del desierto, cuando el agua es un bien limitado y los medicamentos dependen de políticas exteriores, salvaguardar el derecho de asistencia médica no siempre resulta factible. Cada una de las wilayas o barrios saharauis cuenta con un centro hospitalario, la mayor parte de ellos, con grandes carencias de infraestructuras, material sanitario y medicamentos. El hospital de Auserd se levantó hace dos décadas. Y su aspecto actual es prácticamente el mismo de entonces, teniendo en cuenta el paso de los años, y los efectos del calor y las lluvias. El centro cuenta con servicios auxiliares como Rayos x, un laboratorio de análisis clínico, ecografía, servicios de traumatología y odontología, oftalmología, una sala de ginecología, y un departamento de medicina interna y externa. Ana Lázaro “Trabajamos con lo poco que hay”, explica Ozman, uno de los siete médicos que trabajan en este hospital. “Pero no todos los departamentos funcionan, por ejemplo, los laboratorios no hacen todos los análisis necesarios, apenas se puede ingresar a gente, no hay aire acondicionado, ni siquiera luz para conectar los equipos durante las 24 horas”. A la entrada de este hospital, en el patio, dos mujeres descansan sobre sendas alfombras, en el suelo, conectadas a un gotero de suero. “Una de ellas lleva dos días ingresada, pero con el calor no puede estar en la sala, y ni siquiera hay camas en condiciones”, añade el joven médico, que estudió Medicina en Cuba y regresó al Sahara hace cuatro años. En total, siete médicos trabajan en este hospital. “Los días malos”, como ellos los denominan, puede acudir hasta un centenar de pacientes, lo que llega a desbordar la atención médica. “Aquí ustedes saben que cuando surgen unos problemas, se engendran otros, pero nosotros vivimos así”, sentencia Mohamed Khattri, director del hospital.

Ana Lázaro La educación: el arma más importante

Clases de francés, árabe, matemáticas, español… La educación es una de las bazas más importantes del pueblo saharaui. Tuvieron que empezar de nuevo, creando, desde la nada, un sistema administrativo y educativo propio. Pero saben que el conocimiento es, al menos, tan importante como las armas para seguir adelante. La educación es en los campamentos saharauis obligatoria, y muchos de los maestros viajan a Cuba para formarse y ejercer. La instrucción académica comienza a los tres años, en escuelas especializadas para la educación preescolar. “Aquí acogemos a niños de tres a seis años”, explica Manata, directora de la escuela “Mohamed Ali Moisa”, en Auserd. “Con ellos realizamos actividades culturales, físicas, relacionadas con la enseñanza y, especialmente, con la convivencia de los niños”. En este pequeño centro, que rodea un patio con columpios, cada día se ofrecen dos comidas (desayuno y merienda), subvencionadas por un programa de alimentación de una ONG española que pretende surtir a los menores de seis años de las proteínas y vitaminas necesarias. Ana Lázaro Al igual que en esta escuela de preescolar, en los colegios saharauis las clases se estructuran en dos turnos, debido a la demanda de plazas, de forma que unos niños acuden a la escuela por la mañana, y otros por la tarde. Las fuertes lluvias del pasado mes de febrero produjeron importantes desperfectos en algunas escuelas, que todavía no se han logrado reformar, de modo que centenares de escolares han tenido que ser realojados en otras escuelas al comienzo del nuevo curso. La educación primaria y secundaria se desarrolla en las “madrazas”. A los catorce años, los estudiantes tienen que salir de los campamentos para cursar bachillerato. Los destinos más comunes suelen ser Argelia, Mauritania y Cuba. Destinos que se prolongan durante ocho o diez años, mientras acceden a la Universidad. Y después, de vuelta al Sahara, sólo queda enfrentarse al futuro.

Ana Lázaro La voz de los refugiados

Cada noche, las familias saharauis se arremolinan alrededor de la radio. Es la única forma de mantenerse al tanto de la actualidad, tanto de lo que les atañe, como de lo que ocurre más allá de sus fronteras. La Radio Nacional Saharaui ha sido clave en la historia del Sahara Occidental. Se fundó en 1975, con la ocupación marroquí del territorio saharaui. “El objetivo era transmitir lo que estaba ocurriendo en esos momentos”, explica el director de Radio Nacional, Ali Ahbabi, instantes después de mostrar con orgullo las dependencias radiofónicas, situadas en Rabuni, a varios kilómetros de las wilayas. La historia de Radio Nacional ha tenido que adaptarse a cada uno de los momentos, en estos treinta años de historia. Ana Lázaro “Estábamos en la obligación de hacer una radio que fuera la voz del pueblo saharaui, para transmitir los acontecimientos al mundo entero”, añadía Ahbabi. Tras el alto al fuego con Marruecos, Radio Nacional se convirtió en la voz de la resistencia pacífica de los saharauis que permanecieron en el Sahara ocupado. Pasó de acompañar “la lucha y la valentía del combatiente”, para comenzar una etapa adaptada a la paz y al diálogo, en la que la emisora comenzó a abarcar campos más sociales y culturales. “Podemos decir que Radio Nacional Saharaui ha sido un medio eficaz e importante que ha apoyado la lucha en las zonas ocupadas, y continúa haciéndolo”. Son las noticias que escuchan cada noche cientos de refugiados, después de rezar orientados a la Meca.

Ana Lázaro Centro de discapacitados: Un oasis en el desierto

Un reducto de solidaridad. Un oasis en medio del desierto. La pobreza y el abandono afecta especialmente a los más desprotegidos. Por eso, Buyema Fateh, alias “Castro”, decidió seguir sus impulsos y nadar a contracorriente. Castro se autodefine como “el padre de la educación especial”. Hace ya más de diez años fundó el primer centro para discapacitados, en la wilaya de Smara. “Este centro ha nacido con tres objetivos: educación, integración y autonomía”, explica “Castro” con optimismo. Son las tres fases por la que pasan casi sesenta niños y niñas (desde los 6 a los 27 años), que suelen acudir a este centro durante tres o cuatro años, según sus necesidades. Ana Lázaro A base de tesón y ayudas, “Castro” ha dispuesto un programa dividido en tres fases. La primera, denominada “etapa experimental-educativa” incide en las actividades cotidianas que una persona tiene que desarrollar para desenvolverse en la vida de forma autónoma. “Atarse los cordones de los zapatos, aprender a comer, limpiarse…”, explica “Castro”. Tras esta primera etapa, los alumnos intentan llevar a la práctica lo aprendido, y tras una evaluación del personal, se integra a cada uno de los niños en un taller de carpintería, jardinería o pintura. El hecho de conseguir algo de dinero con los productos resultantes es una forma de demostrar a sus propias familias que estos niños discapacitados pueden ser autosuficientes. “Yo vi que, durante los treinta años que lleva el pueblo saharaui en el desierto, se han hecho muchos logros”, indica “Castro”. “Y quise participar como un ciudadano más, demostrando que el deficiente no se puede marginar”.



POR Ana Lázaro Verde

Fuente: La voz de Lanzarote

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