El grito del desierto

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Miércoles, 18 de noviembre de 2009, a las 10:16:37

Opinión

El grito del desierto

Fuente: Gregorio Cabrera -LaProvincia.es

Conocida como "la Pasionaria" o la "Gandhi" saharaui, pasó cuatro años en una mazmorra con los ojos vendados y 52 días sin comer

Escribió Alberti que traía el mar en su mirada clara. Cuando Aminatu Haidar te clava sus ojos viajas a las dunas del desierto del Sahara y penetras en una historia repleta de dolor y sufrimiento, pero también de convicciones y de una lucha que no conoce límites. Todo parece de verdad en la activista saharaui más internacional. A diario se escuchan palabras huecas, proclamas que se sabe quedarán en nada. Por eso sorprende escuchar a alguien que desde su menudez física es capaz de transmitir una determinación tan enorme. Nadie en su entorno duda cuando dice que está dispuesta a mantener "hasta la muerte" su huelga de hambre en protesta por el "secuestro" al que dice la somete el gobierno español al impedirle su regreso a El Aaiún tras ser expulsada por las autoridades marroquíes, que le requisaron el pasaporte, pero no sus ideales.

Su biografía es la que obliga a creer que sus palabras están construidas con verdad. Las paredes de una mazmorra perdida en algún lugar de la caótica ciudad de El Aaiún podrían dar fe de hasta qué lugares tan oscuros se ha visto conducida a causa de su defensa sin tregua de la autodeterminación del Sahara Occidental. Allí pasó cuatro años detenida por el gobierno de Marruecos, con los ojos vendados y sometida a constantes vejaciones, según su testimonio. En 2005, tras una nueva detención, permaneció 52 días sin ingerir alimentos. Hoy, la también llamada Gandhi o Pasionaria del Sahara cumple el tercero a base de agua con azúcar.

Su arrojo la ha señalado con múltiples secuelas. Algunas son físicas: una úlcera de estómago que la obliga a medicarse a diario, anemia, problemas en la columna vertebral... Otras no se ven, pero están grabadas hondamente en su corazón. Desde el pasado fin de semana vuelve a sumar días lejos de sus dos hijos (una niña de 15 años y un chico de 13), aunque cada segundo de separación pesa más que un día sin comer y sin dormir en la aséptica terminal de salidas del aeropuerto internacional de Lanzarote. Ha hablado con ellos por teléfono. Su hija le pidió que abandonara la huelga de hambre. "Hay que hacerlo..." Ni las medallas ni los apodos mitificadores impiden que deje de ser una madre.

Cuando anochece en el desierto resulta imposible imaginar otro lugar del mundo más indicado para contemplar el espectáculo de las estrellas grabadas en un cielo perfectamente despejado. Es quizás lo único de lo que disfrutan los refu- giados saharauis en Tinduf (Argelia). Cuando a las doce de la noche Aminatu es obligada a dormir al raso en la puerta del aeropuerto de Lanzarote ni tan siquiera tiene fuerzas para mirar a las alturas.

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