El misterio Van Walsum

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Lunes, 08 de diciembre de 2008, a las 19:41:37

Opinión

El misterio Van Walsum

Por Ana Camacho

Fuente: Gees.


A Peter Van Walsum le dolió que el Frente Polisario exigiese su cese del cargo de enviado personal del secretario general de la ONU para el Sáhara marcándole con el estigma de promarroquí. No se ha resignado a que su tesis ("la independencia del Sáhara no es un objetivo realista") haya sido, dice él, objeto de una injusto malentendido. Pero cuanto más se esfuerza por deshacer el entuerto, más relevancia cobra su realismo como referencia obligada para todo aquel que defiende que la mejor solución para el conflicto del Sáhara pasa por la renuncia del pueblo saharaui a la independencia y su integración en Marruecos. Tampoco ha beneficiado a su empresa el triunfalismo con que en Rabat han ido recibiendo toda muestra de solidaridad con la actuación del diplomático holandés (la del ministro Moratinos, incluida), como si con ello se demostrase que se ha abierto una "nueva vía" en la ONU dispuesta a hacer tabla rasa del derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui. Mientras, Van Walsum ha hecho su propio diagnóstico del por qué del rechazo saharaui: la culpa, dice, no la tiene ni la diplomacia marroquí ni la del Polisario sino la sociedad española que da “falsas esperanzas” a las víctimas de la política expansionista marroquí.

Ningún alto cargo de la ONU había identificado hasta ahora este peculiar problema entre las causas que, desde 1991, mantienen el plan de paz para el Sáhara estancado. Lo que viene a decir Van Walsum es que, como la ONU no es capaz de hacer sus deberes en el Sáhara, para evitar que los refugiados saharauis sigan sufriendo en su penoso y precario exilio, las decenas de miles de españoles que desde hace 33 años apoyan su resistencia deberían cambiar de actitud. En lugar de contribuir a “prolongar la agonía” deberían desplegar su poder de influencia para que los saharauis acepten el plan de autonomía de los invasores o, por lo menos, no seguir alentando su fe en que las Naciones Unidas, algún día, lograrán cumplir su cometido. Para dejar claro que él no es promarroquí pone muy de relieve que lo que promueve (una negociación entre Marruecos y Polisario sobre la autonomía) no es la solución ideal sino la posible, dada la ventaja que “la realidad política” (la ocupación de la mayor parte de la colonia española) da al rey Mohamed.

 

Después de semejante línea argumental, uno esperaría un llamamiento a la reforma de la ONU. Pues no, Van Walsum reserva las críticas exclusivamente a los propolisarios y ninguna a esos fallos del sistema que impiden a la ONU celebrar el referéndum que le prometió al pueblo saharaui a cambio de que abandonase las armas. Es más, ni siquiera alude a la necesidad de resolver problemas de inoperancia a pesar de reconocer sin rodeos que el derecho está de parte de los saharauis y que "Marruecos debe asumir la total responsabilidad de que el referéndum sea irrealista e irrealizable". Lo suyo se limita  a una queja sobre la incapacidad de la sociedad española por no entender que él sólo pretendía abrirle los ojos a los saharauis sobre lo que hay (la imposibilidad de que el Consejo de Seguridad desbloquee la situación contrariando a Marruecos). Si la realidad política fuese otra, añade, su opción sería muy distinta. Por el bien de los saharauis, por lo visto, confiaba en que los apoyos del Polisario en España acabarían echándole una mano para hacerles entrar en razón. “Por desgracia”, se lamenta, “lo que los partidarios del Frente Polisario le prodigaron generosamente fue precisamente esa clase de ánimo. Insistían en que tarde o temprano el Consejo reconocería que había que respetar la legalidad internacional y obligaría a Marruecos a aceptar un referéndum que diera como opción la independencia”. Curioso. Aparentemente, Van Walsum todavía no ha perdido la esperanza de que sus recomendaciones triunfen, y, sin embargo, sus razonamientos no parecen estar hechos para convencer sino para decepcionar e indignar. Conociendo un poco a los propolisarios, (y él ha estado sobre el terreno tres años) cualquiera sabe que, por ese camino, tiene todas las papeletas de la rifa para dejar atónito, como mínimo, al público al que supuestamente va dirigido el mensaje. 

 

El movimiento prosaharaui está muy acostumbrado a que los aliados de Marruecos, entre ellos el Gobierno de Zapatero, hagan llamamientos a este tipo de realismo y responsabilidad. Faltaba en su muestrario que la iniciativa viniese desde un alto cargo de la ONU y con argumentos cuyo fondo conduce a una duda de contenido altamente tóxico: ¿Para qué sirve entonces la ONU?

 

Como era de esperar, en Rabat -donde consideran a Van Walsum la musa de ese realismo proautonomía que caló en el texto de la resolución 1813 del pasado abril-, han vuelto a aplaudir. “Ya advertimos” -vienen a decir-, “que esos solidarios españoles son unos irresponsables”. Allí, por supuesto, no se plantean ni les importa que, para aceptar este tipo de responsabilidad esos “ingenuos” españoles tengan primero que abjurar de su fe en el órgano estrella del multilateralismo. Como ha denunciado Western Sahara Resource Watch, sólo con el expolio de los fosfatos que extraen del Sáhara que ocupan sus fuerzas militares, el régimen alauita se embolsa cada año 1.500 millones de dólares. Luego están los ingresos por la pesca, por la venta de la arena, el posible petróleo, el negocio turístico con Canarias como rampa de lanzamiento… así que lo normal es que para el régimen de Rabat la credibilidad de la ONU ocupe un lugar muy secundario en sus prioridades. Lo sorprendente es que a Van Walsum tampoco parece que le preocupen los daños colaterales que implican sus reflexiones para el prestigio onusiano. Mucho más extraño, es que en la ONU, donde tanto se cuidan las formas, le dejasen ir tan lejos.

 

Que un Alto Responsable del proceso de paz para el Sáhara de la ONU acabe siendo considerado por el lobby promarroquí como uno de los suyos no es nuevo ni para los saharauis ni sus simpatizantes de todo el mundo. Es el caso de Erik Jensen, antiguo jefe de la misión permanente de la ONU en el Sáhara Occidental (MINURSO) que ha sido una de las voces que se ha apresurado a mostrar su firme apoyo a la “valentía” con la que Van Walsum ha proclamado que la independencia del Sáhara no es factible. Pero a Jensen, no se le ocurrió defender la opción contraria a las aspiraciones saharauis tras reconocer, como ha hecho Van Walsum que, entre las dos partes en litigio, hay una que se toma por montera el derecho internacional y otra que sufre sus consecuencias. Lógico, porque independientemente de cuáles sean las convicciones personales sobre el asunto, este tipo de premisas incitan al oyente a preguntar qué es lo que le impide a la ONU dar un puñetazo sobre la mesa para que los marroquíes (los infractores), cumplan con la Ley. Es lo mínimo que puede ocurrir con una audiencia que, efectivamente, comete la imprudencia de seguir ilusionada con la idea de que los principios y objetivos que fueron la razón de ser del alumbramiento de la ONU son la mejor de las recetas para garantizar la paz y la justicia en el mundo.

 

Como decía el embajador Jaime de Piniés, prestigioso y entusiasta fan de la ONU, "todo está en la Carta" (de la ONU). Él era uno de esos ingenuos que dan por hecho que, con este valioso instrumento, todo el que tenga la Ley de su parte, por muy insignificante que sea, tiene posibilidades de salir a flote si se arma de paciencia y no se rinde. La Carta, por ejemplo, recalca entre las tareas que le corresponden al organismo: "Mantener la paz y la seguridad internacionales, y con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz". Justo lo que necesita el pueblo saharaui porque, como admite el propio Van Walsum, el agresor en el Sáhara es la monarquía alauita que, en 1975, invadió un territorio que el Tribunal Internacional de La Haya acababa de confirmar que no es suyo. Luego, si los saharauis tienen que resignarse y conformarse con una solución que no es la ideal, será que nos encontramos con un problema en Naciones Unidas que va más allá del puntual asunto del Sáhara.

 

Que en la ONU algo falla tampoco es noticia. La nueva guerra en el Congo nos lo recuerda cada día y con imágenes tan potentes como las de las víctimas de la violencia protestando a pedrada limpia contra la pasividad de los cascos azules de los que esperaban, inútilmente, protección. El problema es que sembrar la duda sobre la capacidad de actuar de Naciones Unidas no se estila entre los obreros de la paz como Dios manda. Es un camino que sólo suele tomar gente a la que no le importa quedarse sin promoción, ni sufrir el riesgo de la expulsión. Véase el caso de Frank Ruddy que fue número dos de Jensen en la MINURSO durante 1994 y que llegó a conclusiones muy diferentes a las de su entonces jefe: sus críticas al funcionamiento de la ONU en el Sáhara le valieron convertirse en la primera persona en la historia de la organización a la que un secretario general (Boutros Boutros Ghali) prohibió testificar en los debates de la Cuarta comisión (la de descolonización) dedicados al tema. Otro estadounidense, el ex embajador ante Naciones Unidas John Bolton, también fue señalado por el funcionariado onusiano como un enemigo a abatir por defender que, si no se opera una reforma, la ONU corre el riesgo de perecer de inutilidad. Con la ayuda de los supuestos militantes del multilateralismo, que marcaron a Bolton con la etiqueta de facha e infiltrado del imperialismo de Bush, no cejaron hasta que le vieron fuera de su templo.

 

Jensen, en cambio, se evitó estos disgustos con esa teórica geopolítica que sitúa su piedra filosofal en lo bien que le va a venir a la estabilidad del Magreb un Gran Marruecos con el Sáhara integrado en sus fronteras. En lugar de denunciar, como hizo Ruddy, que Marruecos estaba robándole el referéndum a los saharauis y que la ONU, con su pasividad, se había vuelto cómplice de las tropelías de las fuerzas de ocupación, le echó la culpa del continuo aplazamiento de la consulta al complejo entramado social de las tribus del Sáhara que, en su opinión, era lo que hacía imposible la actualización del censo de votantes.

 

A pesar de estas “dificultades técnicas”, la ONU anunció en julio de 1997 oficialmente una lista de votantes definitiva integrada por 84.251 electores que el propio ministro del Interior marroquí, Driss Basri, recibió como "un gran éxito" para Marruecos: la mayoría de los seleccionados, dijo entonces, habían sido presentados por su país, y no por el Frente Polisario, lo que se suponía aseguraba la victoria de la integración en el referéndum anunciado para el año siguiente. Como es evidente, la consulta sigue sin celebrarse y Jensen  sigue poniendo mucho énfasis en sus conferencias e intervenciones en las dificultades técnicas (a las que dedicó un libro) para celebrar el referéndum y lo necesario que es para el bienestar, la paz y desarrollo  de la región magrebí que el pueblo saharaui sacrifique sus derechos. Lo ha repetido recientemente, por ejemplo, en su testimonio ante los debates de la Cuarta comisión de las Naciones sobre el Sáhara donde a los tipos políticamente correctos como él, nunca vetan

 

Para despistar, los defensores de Van Walsum, especialmente los que proliferan en Rabat, dicen que lo que les ha molestado a polisarios y simpatizantes es la valentía con la que el diplomático ha puesto negro sobre blanco unas verdades que, por muy dolorosas e incómodas que sean, resultan ineludibles. Estas verdades, que irremediablemente le llevan a apostar por la opción autonomía saharaui son las que conforman la determinación del Consejo de Seguridad a que la solución del conflicto sea por consenso entre las dos partes. Como bien dice, no es realista esperar que el rey Mohamed se avenga de motu propio a la celebración del referéndum que teme perder si puede seguir sacando provecho del saqueo del Sáhara sin que la ONU se lo reproche. Mientras así sea, perseguir una solución que implique el consenso de la parte marroquí sólo podrá lograrse si el Polisario acepta la única solución factible para el régimen alauita: la anexión.

 

Imponer la solución autonómica sin que el pueblo saharaui haya renunciado (la parte marroquí no es sujeto de derecho) no encaja con la doctrina de la ONU. Sí lo haría imponer a Marruecos la organización del referéndum pero, para ello, el Consejo de Seguridad debería pasar del capítulo VI (solución por la vía pacífica) al capítulo VII (que prevé un posible uso de la fuerza). Como Marruecos cuenta con potentes apoyos en el Consejo de Seguridad con derecho a veto (Francia), estamos con la pescadilla que se come la cola mientras los refugiados saharauis siguen malviviendo en los campos del exilio.

 

Si el discurso de Van Walsum se ha topado con el rechazo de saharauis y simpatizantes no es por estas amargas realidades sino por esa segunda parte con la que intenta convencerles de que, no claudicar ante este contexto, es obrar con la táctica del avestruz. Por lo visto, lo que espera de la sociedad española es que mire hacia otro lado como hicieron las democracias del período de entreguerras, en nombre de la paz europea, con la Checoslovaquia y Austria engullidos por el expansionismo nazi. Un argumento muy sensato que puede confundir al iniciado que, muy probablemente, también se acabará creyendo esa aureola con la que los promarroquíes intentan convertir a Van Walsum en el primer enviado personal de la ONU que ha expresado alto y claro estas verdades del barquero. Su conclusión será que sus vecinos que en verano acogen a niños saharauis son una banda de exaltados y viscerales sin remedio porque, entre otras cosas, tanto desde la diplomacia marroquí como la española se están haciendo esfuerzos ímprobos para que la opinión pública cometa el error de ver similitudes entre el conflicto del Sáhara y el terrorismo de ETA.

 

¿Qué pasa en cambio con los solidarios que se conocen al dedillo los meandros por los que navega a la deriva la misión de paz del Sáhara? Se supone que es a ellos a los que quiere convencer Van Walsum. Pues que venderles este análisis como un novedoso descubrimiento tiene el aroma de una nueva tergiversación. Ni Van Walsum es el primer enviado personal del secretario general de la ONU que se ha atrevido a formular en voz alta las dificultades que el Consejo de Seguridad plantea a los saharauis, ni sus reflexiones aportan nada nuevo a lo que ha sido el contexto estratégico con el que ha tenido que trabajar la diplomacia saharaui desde la invasión marroquí.

 

 Que Marruecos es la parte responsable de haber bloqueado los intentos de la ONU por organizar el referéndum de autodeterminación, ya lo había reconocido públicamente el anterior secretario general de la ONU, Kofi Annan. Que el empeño del Consejo de Seguridad de la ONU por buscar una solución de consenso en la práctica es una trampa que evita el riesgo de presiones al rey Mohamed VI, ya lo dijo en términos muy similares a los de Van Walsum uno de sus antecesores en el cargo de representante personal, el ex secretario de estado norteamericano James Baker. La diferencia, sin embargo, es que así como a Van Walsum este realismo le ha costado la desaprobación saharaui, en el caso de James Baker, el suyo le valió la declaración de guerra de la diplomacia alauita.

 

Baker, por ejemplo, tras siete años a vueltas con la cuestión del Sáhara, llegó a la conclusión de que si el conflicto no se resuelve es porque "Marruecos está absolutamente decidido a quedarse allí" y sus gobernantes nunca van a correr el riesgo de celebrar un referéndum que tienen la certeza de perder, aunque en la consulta votasen todos los colonos marroquíes que residen en los territorios ocupados y que triplican a la población autóctona. Baker lo sabía muy bien porque esa fue la salida que le dio a Hassán II en el nuevo plan que fue aceptado por Hassán II y el Polisario, y votado unánimemente por el Consejo de Seguridad de la ONU en la resolución 1495. De nuevo, Marruecos rompió la baraja. Como explicó Baker, para imponer la Ley al Consejo de Seguridad no le hubiese quedado más opción que hacer pasar la cuestión al Capítulo VII, donde se puede forzar a una de las partes a hacer algo que no quiere hacer. Lo que impidió que el Consejo de Seguridad repitiese con el Sáhara lo que había hecho con el Kuwait invadido por Saddam Hussein, Baker también lo explicó sin pelos en la lengua: en el Consejo de Seguridad, ninguno de sus miembros quiere correr el riesgo de ganarse la enemistad de Marruecos o de Argelia, adoptando una posición firme".

 

Sería propio de los que viven en la inopia no saber a estas alturas que ese apoyo constante e inequívoco que Francia lleva dando a Marruecos en el Consejo de Seguridad, arrastrando a todas aquellas diplomacias que buscan su colaboración en otros escenarios, es en buena medida el responsable del lenguaje y actitud tolerante que destila este órgano onusiano con los abusos marroquíes en el Sáhara ocupado.

 

Tenemos, por ejemplo, el solemne discurso que el sucesor e hijo de Hassán II (iniciador del conflicto del Sáhara) hizo el pasado julio, con ocasión de la fiesta del trono: por un lado el rey puso mucho énfasis en su predisposición al diálogo con Argelia para construir unas relaciones de buena vecindad entre los dos pueblos hermanos y hallar una solución al conflicto del Sáhara que (ahora ya lo reconoce abiertamente), es la causa de que las fronteras entre los dos países permanezcan cerrada. Todo un talante conciliador que se corta en seco en cuanto toca el punto sobre las posibles soluciones: ni hablar de un referéndum que de la posibilidad a los saharauis de elegir entre independencia y anexión. La independencia del Sáhara es una ilusión irrealista porque para eso tiene, recordó, a las Fuerzas Armadas Reales, a la Gendarmería Real, la Seguridad nacional, la Administración territorial, las Fuerzas auxiliares y la Protección civil que “están movilizadas permanentemente" y que "rechazarán cualquier intento" de obligar a Marruecos a abandonar su soberanía sobre el Sáhara.

 

Más claro el agua. El rey Mohamed le decía una vez más al mundo, y en especial a sus vecinos argelinos, que pasa olímpicamente de las resoluciones de la ONU que defienden el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui y que el Sáhara es suyo o por las buenas o por las malas. Pero lo que en boca de un dirigente de Corea del Norte o Irán sería inmediatamente condenado como un nuevo desafío a la comunidad internacional, no recibió la más mínima amonestación.

 

La comparación le resultará de lo más exótica a un no iniciado en los entresijos del por qué del bloqueo de este plan de paz. Para los prosaharauis españoles, auténticos obsesos del rastreo informativo de un asunto en el que ven la prolongación de las carencias e incapacidades de la política de la ONU y de los Gobiernos españoles, brota con la misma naturalidad del dos y dos son cuatro. La reciente ola de represión en los territorios ocupados, por ejemplo, es una nueva mina de conclusiones realistas que es imposible no conectar con ese otro fiasco que la pasividad de los cascos azules acaba de culminar en el Congo. A estos supuestos utópicos, no se les escapa el hecho de que una de las causas de la nueva guerra internacional en el África central tiene que ver con esas amistades en el Consejo de Seguridad con que los responsables de la matanza de tutsis y hutus contaron para acabar convirtiendo a los cascos azules sobre el terreno en encubridores y garantes de la retaguardia de los asesinos. Imposible no establecer una relación con las dificultades que la diplomacia saharaui lleva lidiando desde 2006 para que salga de la clandestinidad el informe del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos que deja en muy mal lugar la credibilidad democrática del Gobierno marroquí. De nuevo, el problema de no contar con tan buenos contactos en el Consejo de Seguridad como sus contrincantes marroquíes. Efectivamente, habría que ser muy ingenuos para confiar en que el rey Mohamed acabe voluntariamente con la brutal represión con la que intenta doblegar a los saharauis si, como ocurrió durante la votación de la última resolución del Consejo de Seguridad, en cuanto alguien sugiere incluir un ligero tirón de orejas sobre el asunto (lo hizo EEUU), Francia frena en seco la iniciativa amenazando con hacer uso de su derecho al veto.

 

 Volviendo a Van Walsum, no hay grandes diferencias entre cómo Baker expresó que "el verdadero problema" a la hora de resolver el conflicto saharaui está en la falta de voluntad del Consejo de Seguridad por aplicar las resoluciones de la ONU y el realismo con el que él ha manifestado que, "mientras Marruecos ocupara una gran parte del territorio y el Consejo de Seguridad no estuviera dispuesto a presionarle, el resultado no llegaría a ser un Sáhara Occidental independiente". ¿Por qué entonces Baker acabó siendo tachado de propolisario por los marroquíes y Van Walsum de promarroquí por el Polisario? Evidentemente porque Baker no llegó a formular esa cuadratura del círculo con la que su sucesor sugiere que imponerle a los saharauis una solución que no sea la ideal no tiene por qué ser una chapuza de acuerdo a derecho: "la legalidad internacional no es lo mismo que el derecho internacional. Evidentemente el Consejo de Seguridad no tiene más remedio que tener en cuenta la realidad política…".

 

Lo que nadie se explica en España es por qué no les advirtieron de estas  sutilezas del derecho cuando miles de ciudadanos, entre ellos los ingenuos propolisarios, se volcaron del lado de la "legalidad internacional de la ONU" en la segunda guerra de Irak. O por qué Van Walsum, no ha incluido en su galería de reproches y advertencias sobre los graves errores de percepción de los prosaharauis el haber apoyado con entusiasmo en 1988 la decisión del Polisario de aceptar la mediación de Naciones Unidas que los ha metido en ese callejón sin salida que tan bien describe. La moraleja de todo ello refleja un organismo percibido como un ente oscuro en el que hay que resignarse a que todo, incluso lo malo, es posible. A ver si era eso, precisamente, lo que se pretendía...

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