EL AAIÚN DESPUÉS DE 33 AÑOS.
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Jueves, 23 de octubre de 2008, a las 02:13:24
Opinión
Por Mohamed Mahamoud Embarec, para ARSO-Opinión
Bruselas, 22/10/08
Estamos en Marzo de 2008. Después de 33 aňos de exilio, decido hacer este viaje para ver a mi anciana madre. No hay vuelo directo hacia El Aaiún, por lo tanto tenemos que hacer escala en Agadir.
La ruta entre Agadir, Goulimim y Tan-Tan está sembrada de puestos de control de la policía y la gendarmería.
Detrás quedó Tan-Tan cuando vimos de lejos la ciudad de Tarfaya cuya construcción más antigua es Casamar. Este antiguo puesto comercial instalado por los británicos en 1883 esta completamente abandonado con el propósito de borrar toda huella de la presencia española en la región.
Llegamos a Tah, frontera de la ex-colonia española del Sáhara. El camino está bordeado de chozas de pescadores ubicadas en los acantilados. Se encuentran desplegados a lo largo de toda la costa del Sáhara Occidental. Más de 1100 kilómetros infectadas de personas y embarcaciones artesanales. Desde la construcción del muro de defensa marroquí, en 1984, las especies marinas son víctimas de un grave desgaste a causa de la arbitrariedad de pesca, la sobreexplotación y la infracción de las normas de conservación de la especie.
Una vez en el puesto de control de Chbeika, nos cae una lluvia de preguntas: "Nombre, apellidos, nacionalidad, fecha y lugar de nacimiento, profesión, lugar de residencia, carné de identidad marroquí, etc." No cabe duda, el territorio es objeto de una vigilancia "privilegiada". Estamos en un territorio que parece una región prohibida. La arrogancia y el tono del oficial de policía nos recuerda los riesgos de cualquier imprudencia. Nuestro conductor, mi sobrino, hace que pasemos suavemente. Mi hija y yo no articulamos palabra. El coche arranca y llegamos a la capital saharaui. Al norte del río Saguia todavía se encuentran los antiguos cuarteles de la Tercera Legión Española, hoy en día ocupados por los efectivos de las FAR marroquíes. En lugar de "Todo por la Patria", reza la divisa "Dios, Patria, Rey".
El Aaiún creció de una manera desenfrenada animada por el Estado a través de ventajas fiscales que incitaban a los marroquíes a instalarse en la ciudad. El fuerte crecimiento demográfico y la concentración de la población en las ciudades dieron lugar a la emergencia de chabolas. Habitadas por saharauis y marroquíes llegados del norte, acumulados desde hace aňos en campamentos precarios cuya particularidad está en el hecho de haber sido creados por el Estado para ubicar a los votantes potenciales en el referendo de autodeterminación. Lo provisional se ha vuelto eterno y terminó por la explosión de la ira de esta población contra sus condiciones de vida.
Los marroquíes miran a la población saharaui con indiferencia, condescendencia y desprecio. Se han vuelto cada vez más influyentes en el tejido económico, incluso en el sector más lucrativo, el de la pesca. Subcalificados, diabolizados, a menudo acusados de perezosos y sin expresión política, los saharauis asistieron, con la rabia en el corazón, a la instalación de los marroquíes, los cuales les consideran como ciudadanos de segundo grado.
Las actividades económicas están limitadas a la práctica de la pesca, la extracción de los fosfatos y el pequeño comercio, lo que ofrece muy poco para la creación de empleos. En 33 aňos de ocupación, el Majzén estuvo más ocupado a consolidar su presencia que a crear infraestructuras sociales y económicas. La selección "Beni-si-si" (que solo saben decir "si, si") que debía representar a la población local estuvo más ocupada a enriquecerse que a defender los intereses de los saharauis.
El desarrollo fue frenado por la débil industrialización, las dificultades climáticas, el alejamiento de los grandes centros de negocios y el peso de la corrupción heredada de los largos decenios de reino de la dinastía Uld Rachid.
La expansión urbanística dejó a la parte baja, original y "española", de la ciudad en estado de barrios fantasmas. Los "Zoco Nuevo" y "Zoco Viejo" se convirtieron en ruinas abandonadas. El "Barrio Cementerio", el Chicago de la prostitución, que está en su auge a causa de la fuerte presencia de soldados y de guarniciones militares. En esta parte de la ciudad, se encuentra la administración marroquí. La inmensa villa de Jalihenna Uld Rachid, que ocupa toda una manzana de casas, se encuentra en pleno centro de la ciudad.
Pasamos cerca del Parador, antiguo hotel español el único sitio todavía guardado en su estado original y bien cuidado. Delante de su puerta, numerosos coches Nissan Patrol, color blanco, con las siglas de las Naciones Unidas. Los boinas azules de la MINURSO se fotografían entre ellos. Los chinos toman posición delante de los ecuatorianos y viceversa. Chicas jóvenes hacen el vaivén en el Parador. La necesidad, animadas por la administración marroquí y el dinero fácil, estas jóvenes se arrojan entre los brazos de los soldados onudienses. Estos, lejos de casa, aprovechan la amabilidad del Majzen y la belleza marroquí que llega tocando a sus puertas. Bajo el sol y lejos de las misiones de pesadilla de Afganistán, Darfour o del Congo, estos soldados encontraron en este rincón del desierto el paraíso soňado. Los hoteles oficiales se encargan de aprovisionarles de mujeres, cervezas, caravanas y paseos sobre camellos y dunas. Están lejos de quejarse de sus destinos. La misión es tan tranquila hasta el punto de volverse indiferentes ante la represión ejercida contra los jóvenes saharauis que organizaron un sit-in ante la sede de la Región, cerca del hotel Nagjir donde residen varios cuadros de la MINURSO. Aquellos que consiguieron escaparse llegaron al hospital Moula El Hassan Ben Mehdi, justo frente a la sede de la MINURSO. Sede completamente enrojecida a causa de las banderas marroquíes que la rodean, como expresión del desafío marroquí a la instancia onudiense. Desafío frente al cual los oficiales de la MINURSO sólo encontraron el silencio como respuesta.
Subiendo la cuesta, llegamos a la parte donde se encuentran las nuevas construcciones que rodean los antiguos barrios españoles de Colominas, Casa Piedra y el aeropuerto. Estos viejos barrios residenciales han desaparecido en la densidad de las nuevas construcciones pobladas por los colonos. Un poco más lejos, al este, los barrios de latas y Al Wahda, Erraha, etc. Intento localizar a mi casa. En vano. La densidad es muy fuerte. Afortunadamente, mi sobrino nos guía hasta Hay Maatalla de donde partió, en mayo de 2005, la Intifada por la Independencia. Decenas de miembros de la familia nos esperan en una tienda instalada con motivo de nuestra llegada. Viendo esta muchedumbre acumulada en esta tienda, me dije a mi mismo que quizá el acto más noble que la MINURSO podría llevar a cabo sería la destrucción del muro de defensa marroquí para permitir el encuentro de centenas de familias separadas desde hace 33 aňos.
Al día siguiente de nuestra llegada, un funcionario de la policía nos hace llegar una convocatoria de la policía "para hacer un expediente de todo saharaui residente en el extranjero". Tres horas en la comisaría, decenas de preguntas y rostros que reflejan el odio hacia un pueblo cuyo único crimen es el de combatir por sus derechos.
Vehículos de la policía, del ejército, soldados de las fuerzas auxiliares en todos los rincones. Ya lo tengo decidido: ya nunca más volveré a pisar este suelo, a menos que una solución sea hallada para este conflicto. Los días se hacen largos en espera de retornar a Bruselas, un mes después. Mi anciana madre no pudo saborear el gusto de nuestro encuentro, su memoria ha sido borrada por la enfermedad de Alzheimer.
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