
Habíamos ido a Vilanova i la Geltrú, para
participar en una acampada que celebró el movimiento de solidaridad con el
Sahara en Cataluña, "No els volem refugiat“ (No los queremos
refugiados).
Cuando llegamos a la playa corrimos para abrazar los rayos
del sol, a caminar por las calles espaciosas y tranquilas, a disfrutar de una
tarde de paseo que nos parecía imposible. Veníamos de Barcelona y llovía que
parecía el diluvio, recorrimos la playa que era preciosa y estaba vacía. Dicen
que siempre lo está en el invierno. Estaba el mar relativamente tranquilo, con
sus golpes de olas y su espuma, con sus algas y sus conchas. Con sus cañas de
pescar, su puerto, sus veleros y barcas. Sus pescadores. Un mar con sus
corredores de fondo, sus paseantes y jubilados. Y con sus muchachas preciosas.
Un mar con sus olas que pintaban en la arena dibujos de monstruos, figuras
extrañas olas-nubes. Olas-pinceles, que dejaban grabados de arena en la orilla y
se iban abandonando sus cuadros efímeros, que nacían y morían a los pocos
segundos.
Desde lejos se veía una estatua cerca de la orilla, era de un
toro. “Pero ¿qué hace un toro en medio del mar?” – me preguntaba una y otra vez.
Me acerqué a aquella extraña estatua. De cerca, y ante mis ojos, el indudable
toro que veía a lo lejos sufrió una metamorfosis: se transformó en vaca. De toro
sólo tenía la cabeza, el resto era vaca. Una vaca con el estómago vacío. En el
lugar de las vísceras, de los riñones, del hígado estaba recostada una mujer,
"la filla del sol" (la hija del sol), parecía una diosa griega. Estaba desnuda,
con sus pechos al aire, y el pelo recogido, lo sujetaba con una mano, y con la
otra se apoyaba en no se qué. En su eterna postura “la filla del sol” estaba
recostada en el vientre del toro-vaca en una posición imposible. Su imagen era
extravagante, con el culo encumbrado y una vagina sustituyendo el trasero del
animal. Un animal con enormes cuernos afilados. La vaca-toro con la mujer
dentro, tenía unas tetas grandes que parecían a puntos de reventar si no se las
ordeñaba. "La filla del sol" sufría por un amor imposible, o por un desengaño,
el desengaño del Dios de Creta. No pude memorizar lo que estaba escrito en la
estatua, y que en cierto modo explicaba la leyenda.
Encima de la estatua
había allí todo tipo de cosas escritas, algunas de ellas eran frases vulgares
dejadas por gente que pasaba por allí, en un momento en el que nadie vigilaba la
estatua. Gamberradas que hablaban de la vagina de la mujer, y de que esa "filla
del sol", no era más que una zorra.
El toro-vaca-filla, en su eterna
postura intenta embestir el mar, con sus enormes cuernos, en su rostro esculpida
una expresión potente, soberbia, con dos ojos inyectados de odio y ganas de
venganza. El fabuloso animal rodeado de agua, de enormes piedras. Las olas
llegaban hasta las piedras y las golpeaban con tanta fuerza que parecía que lo
que intentaban era provocar al híbrido animal para que saliera a embestir el mar
y se ahogara para siempre, en vez de estar allí parado, con su pose, indiferente
a todo: al mar, al sol. Indiferente a la tragedia de los refugiados. A la
solidaridad. Indiferente al perfume que el aire nos regalaba, a las sonrisas, al
colorido y la música del campamento que se había instalado en la playa.
Indiferente a la leyenda y a su propia inmortalidad.
Limam
Boisha
*Nota: “Pasifae” es una escultura del vilanovense Òscar Estruga,
realizada con tres toneladas de cobre.
Está inspirada en una leyenda
mitológica. Poseidón, dios del mar, envió un toro blanco al rey Minos de Creta
para que lo sacrificara en su honor. El rey Minos no lo hizo, provocando la ira
de Poseidón. El dios se vengó haciendo que la mujer del rey, Pasifae, se
enamorara locamente de aquel toro blanco. Bajo las órdenes de la reina, Dédalo
-que era el ingeniero de la época- construyó una vaca de madera, donde se
escondió Pasifae. Así, Pasifae pudo consumar su amor con el toro blanco. De su
unión nació el minotauro. La muerte del minotauro, a manos del ateniense Teseo,
liberó del miedo a todos los pueblos del mediterráneo.