De aquellas promesas nacerán nuevas
historias que brotaran de nuestros labios, apesadumbrados en medio de una inerme
tranquilidad que nos lleva a juzgar el pasado trasladándolo al presente; huimos
bajo el acoso de la aviación y las bombas enemigas que mataron nuestra esperanza
de libertad, esperanza que se había extendido por muchas tierras africanas pero
en el Sahara fue aniquilada por la ambición ciega y despiadada de reyes que
querían más tierras y súbditos bajo su mano opresora.
Pero fieles a
nuestro filosofía nómada salimos una vez más en busca de pasto y agua hacia
tierras desconocidas, porque los verdugos envenenaron el agua y el ganado
silenciaron Zemmur y Tiris construyendo la barrera de la muerte bajo la cual
secuestraron caminos, carreteras, playas, ciudades y con su maquinaria de guerra
mataron los principios beduinos de la libertad de movimiento tan imprescindibles
para la propia vida. Treinta y dos años después nuestro pueblo sigue buscando un
nuevo milagro que le enseñe el camino de esa nueva lluvia que traerá el esperado
pasto verde en la llanura de Tiris.
En el brillo de nuestros ojos
nacieron nuevas generaciones bajo un cielo que no es suyo y en una tierra a la
que han sido condenados por la simple ambición de un rey cegado por la avaricia
y el delirio expansionista de sus aspiraciones egoístas.
La indiferencia
ante la injusticia es cruel, no podemos quedarnos quietos viendo que los años
pasan y unas generaciones nacen y otras mueren bajo el dilema de esta tragedia,
originada por la lucha permanente por unos intereses mezquinos que se
contradicen con los valores del respeto, la solidaridad y la libertad. Los
saharauis somos ese último pueblo africano que vio la bandera de un país bajar
del cielo y otra subir, mientras se nos obligó, aun siendo hijos del agua y las
nubes, a huir de nuestra tierra porque otros la ocuparon a la fuerza.
Ali Salem Iselmu