LA DIGNIDAD VIVE EN EL DESIERTO

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Domingo, 08 de junio de 2008, a las 13:44:34

Campamentos de Refugiados

LA DIGNIDAD VIVE EN EL DESIERTOFuente: Diario de Avisos - Fran Domínguez.

VISITA A LOS CAMPAMENTOS DE REFUGIADOS. Los saharauis esperan con resignación en los campamentos de Tindouf que se resuelva un conflicto que dura ya 33 años

Tindouf / Aquí todo el mundo sonríe, y es para estar llorando". Tal vez esta frase resuma a la perfección el sentimiento que se percibe en los campos de refugiados saharauis de Tindouf, al sur de Argelia, en pleno desierto, donde residen en condiciones extremas cerca de 200.000 personas. La acertada afirmación es de Bachir, un saharaui que, como todos, mira al horizonte con la esperanza de volver algún día a la tierra de la que salieron y de la que se llevaron consigo una palabra de la que muy pocos pueblos del mundo pueden presumir: dignidad. Vivir en los campamentos de Tindouf, aunque sólo sea por tres días, como ha hecho esta misma semana una delegación canaria, no sólo supone una experiencia vital indescriptible, sino una contundente manera de tomar contacto con el drama que se desprende de un conflicto político que ya va camino de cumplir los 33 años, sin que por el momento haya esperanzas reales para su solución definitiva.
Junto a su proverbial hospitalidad, llama la atención de este pueblo su perenne sonrisa, seguramente el mejor antídoto para soportar las difíciles condiciones en las que viven, siempre a expensas de los vaivenes de la solidaridad internacional y de la incertidumbre de un futuro incierto. Sonrisas como la de Hafdala, un joven de 15 años, cuya única aspiración es volver a España para ser profesor de inglés. Hafdala es vecino de Smara, una de las cuatro wilayas (provincias) que componen los campamentos de refugiados, una división administrativa a imagen y semejanza de la que tuvo el Sáhara Occidental antes de la ocupación marroquí. "Si no estudias, no puedes hacer nada en la vida", sostiene este joven que posee una envidiable madurez para su edad. Hafdala espera que sus "padres valencianos", Pepe y Rosa, "arreglen los papeles" que le permitan viajar a España, uno de los países, junto a Cuba, Argelia, Libia y Egipto que suelen acoger a estudiantes saharauis.

Al igual que otros muchachos de su edad, Hafdala es aficionado al fútbol, un deporte que se está erigiendo en el mejor embajador de la globalización, al igual que el teléfono móvil, que desde hace aproximadamente dos años ha irrumpido en la sociedad saharaui. El móvil, que lejos de ser un lujo o una excentricidad en este inhóspito lugar, se ha convertido en una necesidad de primer orden, en el más eficaz vaso comunicante con el que los padres se ponen en contacto con sus hijos en el exterior. Lógicamente, las operadoras telefónicas argelinas no han desaprovechado esta situación para hacer negocio.

Hafdala es sobrino de Fatma, una de las 18 mujeres que con sus familias han acogido estos días a los miembros de la delegación canaria, formada por miembros de colectivos sociales, partidos políticos y medios de comunicación. Fatma y su hija Sutana representan la hospitalidad del pueblo saharaui, donde el ceremonial del te, verdadera bebida nacional, supone un factor de convivencia y de cohesión social. A nadie se le escapa que las mujeres son una pieza fundamental en el engranaje de esta sociedad. Ellas fueron las que mantuvieron con tesón y pundonor los campos de refugiados cuando los hombres estaban luchando en el frente durante los años de la guerra. Ahora, persiguen incrementar sus cuotas de presencia en el entramado estatal. De hecho, las mujeres suponen el 34% de los diputados del Parlamento Nacional. "Nunca la mujer saharaui ha sido una mujer sumisa, siempre ha tenido protagonismo. No somos un pueblo matriarcal, pero las mujeres somos respetadas". La que así habla no es otra que Suelma Beiruk, diputada y representante de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) en el Parlamento Africano. Sin embargo, admite que el machismo sigue aún presente en la vida social. "Todavía no les entra en la cabeza que una mujer saharaui pueda ser presidenta", espeta delante de varios notables de la RASD en la sede de la Unión Nacional de Mujeres Saharauis (UNMS), en el complejo ’27 de febrero’. Y es que los cambios se han hecho esperar, pero han llegado. "Ya no existen los matrimonios concertados y está prohibido casarse antes de los 16 años. Las chicas se casan con los que ellas quieren, aunque aún existe la influencia de la familia", subraya la secretaria general de la UNMS, de nombre Fatma Mehdi, cuyo objetivo primordial no es otro que introducir la perspectiva de género en el sistema educativo local.

Smara, del mismo modo que las otras tres wilayas (El Aaiún, Auserd y Dahla) de los campos de Tindouf, está formada por varios municipios. El paisaje de los campamentos es casi monocromático, amarillento, dorado por el sol y la arena, salpicado de casas de adobe y de jaimas, elementos que conforman la vivienda del pueblo saharaui en su diáspora. A pesar de la precariedad, las wilayas disponen de una red organizativa y asistencial que ayuda a garantizar los servicios básicos educativos, sociales y sanitarios. La Casa de la Mujer, gestionada por la UNMS, ofrece servicios de guardería, salón de belleza, y cursos de español y de italiano, así como formación informática. Allí da clases Pilar Campos, una valenciana de impresionante ojos azules que trabaja de voluntaria, como muchos españoles, en los campamentos de Tindouf. Cerca de allí, se halla el colegio, en el que hay matriculados 930 niños bajo el mando de 38 profesores, la mayoría mujeres.

Más medicamentos.
A las afueras de Smara se localiza el centro de discapacitados, fundado por Castro. "No soy el de Cuba; yo soy el del Polisario", precisa con ironía este antiguo pastor de cabras que ha creado un ejemplarizante recurso de ayuda a disminuidos físicos y psíquicos. No lejos de allí, el hospital Bachir-Lehlavi cuenta con 40 camas y atiende consultas menores, relacionadas con dolencias como fiebre, diarreas o vómitos. Abdrabi Ahmed, formado en Cuba, es el óptico del centro. "Me encanta mi trabajo, pero tenemos una alarmante falta de material. En mi caso, tengo el equipo necesario; sin embargo, faltan monturas y cristales", se lamenta. Y es que las medicinas y el material médico están escaseando respecto a otros años, algo que preocupa, y mucho, a las autoridades locales, al igual que los alimentos y otros recursos, que están produciendo problemas graves de anemia y desnutrición.

La vida sigue también en las afueras de Smara. En las inmediaciones del ’27 de Febrero’ se emplaza el Centro de Mutilados de Guerra, una instalación que atiende a 153 pacientes y que también requiere de ayuda exterior para mejorar sus recursos, en especial habitaciones más estables -las que hay son de adobe- y aire acondicionado para soportar las altas temperaturas. Allí reside Salama, de 60 años, quien se quedó paralítico en 1995 tras pisar una mina antipersona. Salama, que tiene cuatro hijos, criaba camellos y padeció este trágico percance cuando transitaba la frontera con Mauritania. Tampoco Chek puede caminar. Depende de una silla de ruedas. En 1981, cuando apenas tenía 18 años, recibió dos balazos en una batalla cerca de El Aaiún. Chek escenifica la determinación saharaui, su férrea voluntad en volver a los territorios que les fueron arrebatados por Marruecos en 1975. "Espero que haya paz, pero si no hay solución... Yo tengo todavía dedos en la mano. Volvería, sin dudarlo, a empuñar un arma", apostilla.

La vuelta a la lucha es una de las opciones que baraja el Frente Polisario ante el estancamiento que ha sufrido el proceso de paz, tal y como dejó claro en su último congreso. Tanto el ministro delegado para América Latina de la RASD, Aljash Ahmed, como el primer ministro, Abdelkader Taleb Omar, son conscientes de que las nuevas generaciones están pisando fuerte al exigir que se retomen las armas. Sin embargo, se trata de una difícil decisión: reanudar la guerra supondría una arriesgada apuesta para los intereses de este pueblo beduino, que sigue impertérrito sin renunciar ni un ápice a sus reivindicaciones.
Al margen de que se deban cumplir las resoluciones que otorgan a los saharauis el derecho a la autodeterminación e instan a Marruecos a que se retire de los territorios ocupados, hay algo que se sitúa por encima de todo: el hecho de que ningún pueblo del mundo se merece este drama. En el fondo, mucho más que una cuestión política, se trata de algo que hemos olvidado: humanidad.

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