Desde la otra acera

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Sábado, 01 de marzo de 2008, a las 09:16:36

Opinión

Desde la otra aceraSabes, esto ya lo sé, sé lo que tú también quieres ignorar y te rasca el cielo de la boca cuando sin querer se te escapa este pajarito azul de la verdad que te picotea con la habilidad del carpintero la memoria. Pero tú siempre lo tragas junto con tu saliva, como se traga la mentira, porque sabes que nadie te mira, en definitiva la mentira no cojea y suele ser insípida e inodora, y esto quizá te anima a seguir tus pasos con las manos en el bolsillo para no estrechar un saludo de contratiempo, en un día como este, que te invita a juntarte a la otra acera. Pero te consuela que no estás solo, hay gente, incluso te parecerá mucha gente, aunque es gente insípida e inodora; pero claro, tú no lo notarás si estás cómodo en este meollo donde lo que importa es el corazón del bolsillo, porque otros un poquito antes que tú se llenaron y se llenarán de mentiras, y ahora te dibujan en un pozo sin fondo tu futuro.
Desde la acera, con las manos en el bolsillo te paras y contemplas el bullicio de la gente, los tambores de protesta, las alegrías de la lucha. Tu olfato se impregna con el sudor amargo de los que gritan, bailan, claman y reclaman la libertad para todos. Pancartas que reflejan todas las injusticias, y sin darte cuenta estás leyendo, “Justicia para los astilleros”, ”Somos homosexuales, somos obreros”, “STOP a la guerra de Irak “, “Sahara cuestión de estado”... Te encoges de hombros y sigues tu camino, en tu misma acera como quien niega ser palabra para el vecino. Porque hoy te levantaste como casi siempre, cuando el sol ya pasó a calentarte por debajo de la cintura y en el espejo sin mirarte decidiste ir a la peluquería.

Entras en la peluquería donde te acomodan en un sillón, delante de un espejo que te mira, y el barbero con una palanca te va subiendo para que no te sientas tan pequeño, te cubre con una sábana blanca, te moja el pelo, lo frota entre sus dedos y te peina con mucha suavidad. Mientras tú estás mirándote, mirándote y mirándote hasta la memoria, y descubres que la historia no la habías aprendido en los libros de la escuela, es la memoria de tu abuelo, que el destino por un pelo le perdonó la vida para contarla. El barbero, ausente, con su cepillo te quita el pelo mientras te miras y te mira desde las lágrimas de tu madre cuando tu padre la discriminó por el simple hecho de salir de casa con pantalones, la voz ronca de tu tío después de su larga ausencia cuando te contaba que lo del Sahara fue una vergüenza para España. Y sientes el picoteo en la garganta mientras el barbero con su delicadeza te engomina el pelo. Desde fuera el eco de los tambores te estremece la sangre y la imagen de aquel rostro ensangrentado de la pancarta que te llama desde la esperanza y te coge la mano. Entonces, tú estornudas la herencia de la memoria  y el pajarito azul se libera de tu boca.

Saleh Abdalahi Hamudi, Generación de la Amistad Saharaui

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