Las cenizas de un hombre en el desierto

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Domingo, 30 de diciembre de 2007, a las 11:11:50

Opinión

Las cenizas de un hombre en el desiertoUna pequeña comitiva, en dos todoterrenos, recorrió quinientos kilómetros hasta la quinta región militar de Pisleslu, dentro ya de los territorios liberados saharauis, para depositar en la arena parte de las cenizas de Marcelino Arbesú Vallina. Otra parte reposa en el cementerio de Santa María de Siero, junto a su padre, Matías, y su hermano José Luis.
En Pisleslu se proclamó el 27 de febrero de 1976 la República saharaui. La comitiva, compuesta por unas diez personas, entre ellas la familia Arbesú, fue recibida por el jefe del batallón, el señor Beldl-la, quien dio las gracias a la familia y a todos los colaboradores y simpatizantes del pueblo saharaui.

Con un profundo sentimiento y un gran recogimiento, las cenizas del abogado fueron depositadas en la intimidad familiar. Su esposa e hijas y dos de sus hermanos las dejaron en las arenas para que el viento las esparciese por el desierto. Fue un momento muy emotivo y, por expreso deseo de la familia, no fueron nada más que su esposa, dos de sus hermanos y dos hijas, cinco personas, los que participaron en el acto.

El viaje desde la escuela-campamento 27 de Febrero, donde se albergaba la expedición asturiana, hasta el lugar de la quinta región militar de Virlegiu fue toda una aventura y una odisea. A sólo veinte kilómetros por hora hubo pinchazos y dificultades, se vieron espejismos, pero ni un solo árbol. También se observaron algunos beduinos nómadas, a lo lejos, con grupos de camellos. Ya de regreso, se avistó en la lejanía a un par de personas, que hicieron señas a la expedición. Eran dos beduinos nómadas, pero ya con camión, en el que llevaban una camella, y habían roto el espárrago de una rueda, quedando tirados en el desierto. Es probable que pasara más gente y pudieran ser recogidos, pero la presencia de los asturianos fue realmente muy importante, ya que sirvió para que uno de ellos se quedara en el camión durante toda la noche y el otro pudiera llegar de nuevo al campamento base y allí realizar las gestiones oportunas para que fuera un mecánico o para pedir un nuevo espárrago.

El viaje de regreso se prolongó durante horas, desde las diez de la mañana hasta las ocho de la noche, sin parar. Estuvo lleno de incomodidades, a pesar de los buenos vehículos todoterreno, y de muchas dificultades, y fue una experiencia única por dos razones: la primera, por las cenizas de Arbesú, y la segunda, por conocer las desgracias del desierto, donde vive y convive esta cantidad de gente expulsada de su territorio, del Sahara occidental.

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