– Pero papá despiértate que aún duermes, primero lava bien tu cara y tu cabeza y después hablamos.
El sol salía lentamente desde el oeste, alrededor de la jaima no había ni una sola huella de las cabras, la vista no lograba ver nada y parecía que todo estaba perdido solo quedaba encomendarse a Dios y esperar que los animales volvieran; desde el sur entre el cúmulo de acacias se veía a un beduino montando encima de su dromedario dirigiéndose en dirección hacia el frig. Ahmed lo vio pero no se inmutó siguió concentrado pensando en los posibles lugares en los que su familia había acampado alguna vez y que posiblemente las cabras conocieran, pasó por su mente el río de Arweidil, aquel lugar donde cayó la lluvia hacía dos años y en él nacieron muchos cabritos de su rebaño. También pensó en el pozo de Beirat Turasil, allí en pleno verano y con más de cincuenta grados cada dos días le daba de beber a sus animales; muchos son los lugares en los que pensaba pero al final no se decidía por ninguno.
Una voz aguda rompió el silencio “Asalam Aleikum”, contestó Ahmed. “Aleikum Bisalam”. Empezó una larga ceremonia de saludos al estilo beduino donde se pregunta por todas las noticias y sucesos que afectan a la comarca y mediante la cual los dos hombres intentaban intercambiar todo tipo de información útil. Concluidos los saludos pasaron al interior de la jaima y por supuesto el té verde, lo primero que se le ofrece a un invitado. En medio de la charla Ahmed le preguntó a su invitado por su ganado, le describió el color blanco predominante en sus cabras y le señaló la dirección donde solían ir a comer todas las mañanas la hierba.
Concluida la conversación los dos hombres empezaron a despedirse y en medio de la despedida se oyeron los ladridos de un perro que venía del este. Ahmed salió corriendo a toda velocidad a su encuentro y cuando estuvo cerca se dio cuenta de que era el pequeño perro Batah que iba detrás de las cabras, observándolas como bajaban por el valle hacia el pequeño frig, en ese momento Ahmed se detuvo y le invadió una sensación de júbilo contenido, porque sabía que el enigmático Batah era el mejor aliado de las cabras en medio de la Badia.
A pesar del siroco y el calor Batah era fiel a su amo y a las cabras, él también nació y creció en el desierto, y conocía de memoria todos los parajes donde hay comida para los animales y alguna vez emigraba por la noche hacia los vecinos para compartir tiernos momentos con la perra Slugui, auténtica creación del desierto.
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