Por José Javaloyes

Si no hablaron del asunto que ha sido el problema hispano-marroquí en este verano que acaba, ni tampoco lo hicieron del problema del Sahara, ¿de qué pudieron hablar el presidente del Gobierno y el rey de Marruecos, en un aparte sin otra bandera que la jerifiana dentro de la sede de la ONU, y con motivo de la Asamblea General, a la que no tiene por costumbre acudir Mohamed VI, que sí había abordado antes el asunto del Sahara Occidental con el presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, al que había recibido en la residencia que tiene en Nueva York el soberano alauí?

Las ausencias previas del rey de Marruecos en los septiembres de la Asamblea General de la ONU, han tenido siempre su razón de ser en el hecho de que Marruecos incumple la ley internacional, al negarse a que los saharauis decidan sobre su futuro a través de un referéndum de autodeterminación, conforme estableció en su día el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Un trámite con el que se decidiría si Marruecos adquiría o no la soberanía sobre el territorio, puesto que lo transferido por España al cabo de la Marcha Verde fue la administración del mismo aunque no la soberanía. Ésta pertenece a los saharauis.

Ocurre también que el Sahara Occidental, que fue de España – sobre el que España quizá dispone aún de más títulos que Marruecos – y tiene sobre su suelo un pueblo sobre el que nunca ejerció su mando el Sultán de Marruecos, según sentencia del Tribunal Internacional de la Haya, atesora en el subsuelo el mayor yacimiento de fosfatos del mundo (más de un 80 por ciento del total según se calcula), aparte de algo más que indicios de formidables bolsas de hidrocarburos.

El valor de esas riquezas subsaharianas, descubiertas y puestas en explotación por España, explica y orienta sobre la posición de Francia y Estados Unidos como padrinos políticos de Marruecos en la batalla diplomática de más de 20 años mediante la cual pretende consumar un día la anexión del territorio. Sin ese interés puede que no se pudiera explicar la aceptación internacional de la Marcha Verde, realizada mientras el General Franco agonizaba en el otoño de 1975. Tampoco sin ese interés se explicaría el veto de la Francia de Chirac al apoyo unánime de la Unión Europea a España el día que Mohamed VI comenzó la invasión subrepticia de Perejil – que alteraba el “status quo” en esa parte del Estrecho -, lo que fue el detonante del apoyo de José María Aznar a Estados Unidos en la invasión de Iraq, puesto que George W. Bush sí dio el respaldo que la Francia chiraquiana le había negado, y los gendarmes marroquíes fueron desalojados con viento fresco, de un escobazo militar.

Tal y no otro es el paisaje de fondo sobre el que han discurrido las horas de estas jornadas neoyorquinas y onusianas en las que el presidente Rodríguez ha continuado el contra-discurso de quien le precedió en el Gobierno de la Nación. Una pieza iniciada ya, no se olvide, mientras hervía la crisis de Perejil con una visita suya a Rabat, de tan agrias connotaciones donjulianescas; es decir, de aquel conde aleve (del gótico léwjan).

De toda la actual situación de la que se inhibe España, sugiriendo el acuerdo entre Marruecos y el Polisario, es prácticamente obligado colegir que los saharauis no votarán nunca sobre su independencia. Quienes llevan 20 años votando son los fosfatos.