Miércoles, 5 de mayo de 2010 • Por Jordi Évole

Acabamos de volver de los campamentos de refugiados saharauis. Y no quiero hablar de política. No quiero discutir porqué España dejó a ese pueblo en 1975 con una mano delante y otra atrás, porque Marruecos sigue puteándolos, o qué intereses puede tener Argelia para mimarlos.

Me da igual. Lo único que puedo hacer es explicar los que nos hemos encontrado. Una realidad durísima. Una población que malvive en medio del desierto, en medio de la nada. Cuando llegas al aeropuerto de Tindouf (Argelia) tienes que recorrer 3 horas de desierto en 4x4. Hasta que llegas a Dajla. Un campamento sin electricidad, sin agua corriente, sin cloacas... y sin futuro. Porque en teoría es una tierra de paso, un hogar provisional para más de 150.000 saharauis. Y la provisionalidad ya dura 35 años. ¡35!

Y allí siguen. Esperando volver a su tierra, hoy ocupada por Marruecos, esperando que la ONU les deje celebrar un referendum aprobado en 1991. ¡1991! Y allí siguen. Esperando. Han hecho de la paciencia una de sus virtudes. Y quizá uno de sus defectos.

Y una vez al año, llegan unos españoles para montar un Festival de Cine Solidario, el FiSahara. Es su fiesta mayor. Una semana que se sale de la rutina del resto de los 358 días del año.

Nos alojamos en la jaima de una familia sharaui. En los viajes de "Salvados", nos hemos alojado en hoteles regulares, buenos y muy buenos (la mayoría). Pero en ninguno hemos encontrado la hospitalidad de esta jaima. El niño de la familia, Sidi Brahim, se incorporó a nosotros como uno más del equipo. Flipó con nuestros aparatos: los micros, la percha, la cámara. El tío no se perdía detalle. Un día nos sorprendió fabricándose su propia cámara. Estaba encantado, y se reía mientras grababa. Seguro que a través de su tetrabrik tuneado aquella realidad era menos dura. Ahora sólo tiene que sacar la cinta, montar las imágenes y que su película tenga un final feliz. Suerte Sidi.