La vinculación que une a Extremadura con el pueblo saharaui no es ninguna novedad. Cada verano acogemos a cientos de niños procedentes de los campamentos de refugiados de Tinduf -Argelia- y en muchas ocasiones, las familias establecen lazos fraternales con ellos que mantienen toda la vida.

La cuestión es que estos niños, que llegan con sus escasos enseres a otro mundo diferente, son refugiados políticos en uno de los desiertos más inhóspitos del mundo. Y aun así, son los más «afortunados» del conflicto.

Los saharauis que viven en los Territorios Ocupados del Sahara Occidental, último reducto sin descolonizar de África, soportan una violación continua de sus derechos fundamentales ante la pasividad de la comunidad internacional; si bien algunos países intervienen más que otros, ya sea silenciando, apoyando o atacando. No podemos obviar que la potencia administradora sigue siendo el Estado español, que Marruecos no está cumpliendo lo dictaminado en las resoluciones de la ONU, y que Francia ejerce sistemáticamente su derecho de veto a la celebración del referéndum. Además, explotan sus recursos naturales.

Lo destacable es que algunos extremeños, desatendiendo familia y empleo, actúan también en esta zona, que se encuentra sitiada por el muro militar más grande del mundo y cuyo mantenimiento cuesta al gobierno marroquí más de un millón de dólares al día. Entre ese grupo reducido de pacenses, se encuentran algunos miembros de la Asociación Internacional para la Observación de los Derechos Humanos (AIODH); observadores que no reciben subvenciones públicas, y que empeñan sus esfuerzos en seguir reivindicando una solución legal al problema. Hasta el 30 de noviembre se celebra en la Facultad de Educación de Badajoz unas jornadas de sensibilización que nos acercarán a estas dos realidades. Vaya para ellos todo mi reconocimiento.

Candela Carrera