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El lobby promarroquí se vuelca con el plan de "autonomía". Respuesta de Zahra Hasnaui

Enviado el Domingo, 28 de marzo de 2010, a las 11:57:01
Tema: Opinión - Enviado por prada
Javier Ruperez
Javier Ruperez
Opinión

Simbiosis política (Respuesta al artículo de Javier Ruperez en ABC)

Zahra Hasnaui Ahmed, escritora saharaui

El diccionario de la RAE define simbiosis como la asociación de individuos, animales o vegetales de diferentes especies, sobre todo si los simbiontes sacan provecho de la vida en común. Es espeluznante el grado de integración en el proceso de simbiosis del señor Rupérez, Embajador de España, concretado en su artículo del ABC este viernes.

Somos libres de expresar nuestra opinión en estados de derecho. Cabe recordar que no es así en Marruecos, y huelga detallar las acciones contra los que lo olvidan, tanto nacionales como saharauis. Sin embargo, sobra el insulto gratuito en dicho ejercicio de nuestros derechos democráticos. En el colmo de la concreción simbiótica, este señor hace suyas las tesis marroquíes, llegando a insinuar la calificación de los saharauis como “rehenes y víctimas” de Argelia. Este país vecino nos cedió un trozo de su tierra cuando la aviación marroquí nos bombardeaba con napalm y fósforo blanco, nos presta sus pasaportes para posibilitarnos una existencia legal; sí, nos ofrece ayuda inigualable en múltiples campos, pero no nos equivoquemos, la voluntad de lucha y sacrificio es nuestra. Si estamos “desheredados de tierra” es porque el gobierno español de entonces ignoró cumplir con sus compromisos internacionales al firmar los Acuerdos Tripartitos de Madrid. Respete, usted, la memoria de los que han cedido su vida en el intento de recuperarla, y el dolor de sus familiares.

“En el momento de la verdad las contrapuestas exigencias han desembocado en una imposibilidad: no hay manera de celebrar un referéndum”, dice usted. “¿Exigencias?”, ¿con qué legitimidad puede un estado invasor exigir?. Está poniendo al mismo nivel al atacante y al atacado; menos mal que no ejerce de juez. Le recuerdo la posibilidad en el caso de Timor Oriental. También fue invadido por un vecino en 1975, y consiguió la independencia tras un referéndum de autodeterminación. Falta voluntad por parte de algunos, en eso estamos de acuerdo, para alcanzar un arreglo pacífico al conflicto del Sáhara Occidental.

Efectivamente, el Secretario General de las Naciones Unidas ha tenido que nombrar a un nuevo representante especial para el Sáhara Occidental, el Señor Ross, y por enésima vez, el Comité de Descolonización de la ONU ha escuchado las opiniones de ambas partes y el Consejo de Seguridad ha decidido prorrogar la presencia de la Misión de la ONU en el territorio. También afrontó la ONU la intransigencia de Sudáfrica durante muchos años en el caso de Namibia, además del veto de algunos países occidentales. Hoy, Namibia es un estado independiente.

Demasiados argumentos políticos, históricos y morales abaten contundentemente las tesis marroquíes. Pierde pretensión de credibilidad su última oferta de autonomía, principalmente porque en Marruecos el concepto no existe. Se trata de un sistema feudal a cuya cabeza está un rey absolutista. Esa misma autocracia pretende usted achacar a los dirigentes de la RASD, elegidos por su pueblo. A nuestros representantes les reprochamos el pecado de la ingenuidad en política. Firmaron el cese al fuego aquel lejano 6 de Septiembre de 1991 confiando en la palabra del rey de Marruecos. Algo habrán aprendido en la práctica de su responsabilidad.

Apela, este señor, a los intereses nacionales al considerar un estado saharaui independiente “una receta para la inestabilidad”. Como presupongo su referencia a la nacionalidad española, no lo entiendo. Un pueblo hispanófono, carente de extremismos religiosos, con orientación política democrática, ¿constituye una potencial amenaza para España?

Si verdaderamente nos guiaran las ganancias económicas y estratégicas de este país habría un consenso popular por un Sáhara independiente en las puertas de las Islas Canarias. Pero hay una dimensión añadida, frecuentemente olvidada por políticos: la ética. No se reduce a la emotividad, ni siquiera a los lazos culturales e históricos, el movimiento mayoritario del pueblo español a favor del saharaui. Es la nobleza de su carácter ante una causa justa.

¿Será posible, algún día, ver su ejemplo emulado por sus representantes?

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Autonomía para el Sahara

ABC JAVIER RUPÉREZ, Embajador de España Viernes, 26-03-10

Más de treinta años lleva el tema del Sahara Occidental en las Naciones Unidas sin que, tras varios frustrados planes de entendimiento y otros tantos representantes especiales del Secretario General, la solución haya avanzado hacia su fase definitiva. Atadas a la celebración de un referéndum de autodeterminación por las decisiones iniciales de la Organización internacional, las partes -Marruecos y el Polisario, pero también, en las bambalinas, Argelia- han prestado adhesión vocal a la consulta sin llegar a ocultar que sólo estarían dispuestas a reconocer sus resultados si fueran favorables a sus respectivas posturas. La reclamación por el Polisario del censo español de 1975 -cuando el territorio contaba apenas con setenta mil habitantes- ha sido sistemáticamente opuesta por Marruecos, moderadamente convencido de que sólo una consulta extendida a los actuales habitantes del lugar podría deparar satisfacción a sus intereses. En el momento de la verdad las contrapuestas exigencias han desembocado en una imposibilidad: no hay manera de celebrar un referéndum.

Esa era mi convicción en 1996, cuando en un artículo que publiqué el 13 de junio de aquel año -cuatro años después de que el referéndum hubiera debido tener lugar- escribí: «... la comunidad internacional ha creído, o fingido creer, que con la invocación del referéndum todo estaba solucionado. No se han tenido en cuenta las dificultades de su realización ni lo que ocurriría en el caso de que no tuviera lugar. Ha quedado como testigo congelado e instrumento inerme frente a un tablero de intereses que fundamentalmente necesitan de negociación». Y añadí: «La cuestión del Sahara debe ser objeto de un acuerdo negociado entre Marruecos y el Polisario, que ofrezca razonables garantías de seguridad para Argelia y Mauritania... Una negociación que debería propiciar la existencia de un Sahara autónomo en el contexto de la soberanía marroquí... El referéndum debería situarse en el punto que le pertenece: no el de la descripción iniciática de la realidad, sino el de la sanción de un acuerdo previo».

Esa sigue siendo mi convicción ahora mismo, meses después de que el Secretario General de la ONU haya nombrado a un nuevo representante especial para ocuparse del tema, de que el Comité de Descolonización de la ONU escuchara por enésima vez las múltiples opiniones de los peticionarios y de que el Consejo de Seguridad decidiera, también por enésima vez, prorrogar la presencia de la Misión de la ONU en el territorio.

En la difícil emotividad que el tema del Sahara genera en nuestro país, cualquier toma de posición es inmediatamente reducida al esquema binario, y ferozmente contrapuesto, de los promarroquíes o de los prosaharahuis. Y hay razones históricas conocidas y profundas para que ello sea así. Lo que me pareció entonces, sin embargo, y me parece ahora, es que más allá de los sentimientos convenía realizar un análisis que tuviera sobre todo en cuenta nuestros intereses nacionales. No creo que en una observación desapasionada de tales intereses esté la existencia de un nuevo estado independiente en el África occidental, en la proximidad de las Islas Canarias, establecido en un territorio que equivale al peninsular español y poblado por unos pocos cientos de miles de habitantes. Eso es una receta para la inestabilidad, en una vecindad de importancia estratégica para España. Las ensoñaciones neoimperiales de una nueva entidad estatal distinguida por la práctica del español y alimentada ineludiblemente por nuestras aportaciones al desarrollo no pasan, si bien se mira, de ese estadio de irrealidad.

Los marroquíes han tardado en comprender que sólo una amplia autonomía para el territorio les podría permitir la recuperación de un normalizado diálogo internacional y, al tiempo, la satisfacción de sus intereses por lo que a la soberanía se refiere. La orientación de las negociaciones ahora propiciadas por la ONU va en ese sentido, con el apoyo de americanos, franceses y españoles. Argelia debe ser invitada a ocupar un puesto preeminente en la conversación, abandonando la ficción de que los polisarios tienen la última palabra sobre las mismas. La República Árabe Saharaui Democrática existe porque así lo quiere y financia y anima Argel. La negociación sobre el Sahara, que naturalmente debe tener en cuenta las necesidades y derechos de la población saharaui, debe resolverse entre Rabat y Argel, cara a cara, sin intermediarios.

España, desde luego, no puede ser insensible ante las demandas de una población a la que nos unen complicados lazos históricos -los que ahora recuerdan nuestra responsabilidad en la zona hicieron todo lo posible, antes de que los marroquíes emprendieran la obscena Marcha Verde, para expulsar a sus representantes- anudados en las últimas tres décadas por la atención humanitaria y benefactora prestada a los desplazados en Tinduf y en general a todos los procedentes de la antigua colonia.

Cualquiera que sea la solución que se adopte sobre el territorio, esos lazos compasivos y amistosos deben ser mantenidos y, en el marco de la eventual autonomía, reclamados los derechos humanos elementales para los saharauis y para todos los marroquíes.

Pero en la emoción que tales cuestiones despiertan se olvida con facilidad la responsabilidad de los dirigentes de la RASD, que ocupan sus puestos ininterrumpidamente desde hace más de treinta años, en aportar soluciones al conflicto. En 1996 yo me preguntaba: «¿Son los habitantes de los campos de Tinduf actores independientes de su propia historia o más bien rehenes y víctimas de la obcecación de unos pocos? ¿Hasta cuándo los sufrimientos, la marginación, el sombrío utillaje de los desheredados de la Tierra?».

Puede tener Marruecos la tentación de interpretar la coincidencia con sus planteamientos como reconocimiento implícito de debilidad y patente de corso para el emprendimiento de nuevas aventuras. Corresponde a nuestra política exterior, y ningún terreno más apropiado para un vigoroso consenso nacional, explicar que no se trata de concesiones graciosas, sino de un ejercicio de responsabilidad necesitado de una estricta correspondencia en el marco de la vecindad y de sus obligaciones. Sería la mejor manera de evitar en el futuro los ciclos de excitación nacionalista que con cierta frecuencia han marcado nuestras relaciones.


Fuente: Poemario

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