A muchos españoles nos une el sentimiento de vergüenza porque el gobierno de Franco traicionó a los saharauis y entregó su tierra a Marruecos hace treinta y dos años, y porque los gobiernos de la democracia han hecho bien poco desde entonces por esas gentes, exiliadas en condiciones durísimas en los campamentos de Tinduf.
Se tiene miedo a la reacción del sultán y de sus aliados EE.UU. y Francia. Se templan gaitas invocando la inestabilidad del régimen hassaní y las inversiones de empresas españolas. Les concedemos grandes ayudas al desarrollo mientras ellos no pierden ocasión de reivindicar Ceuta y Melilla. Se olvida que ya ocurrió algo parecido en Ifni, con guerra incluida, y en Tarfaya.
El Sáhara es un territorio que debe descolonizarse mediante un referéndum de independencia, según ha reconocido la ONU en varias ocasiones desde los años 60. Es justo hacerlo y es obligación de España poner los medios para conseguirlo.
En los últimos meses ha pasado casi inadvertida una noticia trascendental para el norte de África: después de muchos años de estudios previos los gobiernos español y marroquí están avanzando en el proyecto de construir el túnel ferroviario bajo el estrecho de Gibraltar. A nosotros nos puede venir bien, pero para Marruecos va a ser un avance gigantesco. Podrán exportar a Europa sus productos con facilidad y serán paso obligado de las exportaciones de países vecinos. Sería una buena ocasión para que nuestro gobierno, a cambio de abrirles las puertas, aprovechara para apretarles las tuercas en el asunto del que estamos hablando. Todos ganarían. Los saharauis volverían a su tierra; Marruecos dejaría de gastar una fortuna en el ejército y en los colonos que ocupan el Sáhara, aunque perdiese las posibles riquezas naturales del país, que de todos modos no puede explotar mientras no se resuelva el problema; Argelia abriría sus fronteras al reino marroquí y ambos se beneficiarían del comercio mutuo y el desarrollo de gran parte del norte de África.
A muchos españoles nos une el sentimiento de vergüenza porque el gobierno de Franco traicionó a los saharauis y entregó su tierra a Marruecos hace treinta y dos años, y porque los gobiernos de la democracia han hecho bien poco desde entonces por esas gentes, exiliadas en condiciones durísimas en los campamentos de Tinduf.
Se tiene miedo a la reacción del sultán y de sus aliados EE.UU. y Francia. Se templan gaitas invocando la inestabilidad del régimen hassaní y las inversiones de empresas españolas. Les concedemos grandes ayudas al desarrollo mientras ellos no pierden ocasión de reivindicar Ceuta y Melilla. Se olvida que ya ocurrió algo parecido en Ifni, con guerra incluida, y en Tarfaya.
El Sáhara es un territorio que debe descolonizarse mediante un referéndum de independencia, según ha reconocido la ONU en varias ocasiones desde los años 60. Es justo hacerlo y es obligación de España poner los medios para conseguirlo.
En los últimos meses ha pasado casi inadvertida una noticia trascendental para el norte de África: después de muchos años de estudios previos los gobiernos español y marroquí están avanzando en el proyecto de construir el túnel ferroviario bajo el estrecho de Gibraltar. A nosotros nos puede venir bien, pero para Marruecos va a ser un avance gigantesco. Podrán exportar a Europa sus productos con facilidad y serán paso obligado de las exportaciones de países vecinos. Sería una buena ocasión para que nuestro gobierno, a cambio de abrirles las puertas, aprovechara para apretarles las tuercas en el asunto del que estamos hablando. Todos ganarían. Los saharauis volverían a su tierra; Marruecos dejaría de gastar una fortuna en el ejército y en los colonos que ocupan el Sáhara, aunque perdiese las posibles riquezas naturales del país, que de todos modos no puede explotar mientras no se resuelva el problema; Argelia abriría sus fronteras al reino marroquí y ambos se beneficiarían del comercio mutuo y el desarrollo de gran parte del norte de África.
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