Galeano dice a propósito “Hay un único lugar donde ayer y hoy se encuentran y se reconocen y se abrazan”. Este lugar, esta mañana y este abrazo tan esperados necesitan que lo arribemos contando delicias de nuestras epopeyas, tanto personales como colectivas, y no en busca de la grandeza o la eternidad en el tiempo, simplemente para afianzar y encauzar nuestra identidad como personas con memoria.
Sidahmed, mi amigo de infancia, caía un ocho de julio, obviamente por otros sueños diferentes al de cualquier otro caído en un día de otro diferente julio. Tenía que haber vivido aquellos tres excelentes meses julio, agosto y septiembre, pero el destino ya estaba escrito, como decimos en hasania elmectuba. Cayó invicto en una espléndida mañana de Tiris, sin vientos, el cielo era un cuadro azul celeste, de blanco manchado con pocas y pasajeras nubes, que días mas tarde refrescaron su darih[3] y regaron dormidas semillas para brotar sedientas plantas de emurcba, ascaf y ensil y hacer correr pequeños riachuelos para dar vida al manto dorado de las dunas de Azefal[4]. Ese día también recogimos agua dulce de daya[5], llenábamos los grib[6] colgados en los costados de cada coche. Las lluvias refrescaron las dos últimas semanas de aquel mes de julio y las primeras de agosto.
Pasábamos todo el mes de agosto tomando agua caída del cielo y en cada rezo de los viernes leíamos una fetua[7] por el alma de mi amigo y la de sus compañeros de trinchera, El Bar, Graibis, Mohamed…
¿Por qué entonces nuestra dormida memoria? Eduardo Galeano se pregunta “¿Por qué será que hay muros tan altisonantes y muros tan mudos? ¿Será por los muros de la incomunicación, que los grandes medios de comunicación construyen cada día?”. Apliquémonos esta interrogante e inquietud de Galeano, rompamos los muros de nuestra memoria.
Bahia Mahmud Awah
Galeano dice a propósito “Hay un único lugar donde ayer y hoy se encuentran y se reconocen y se abrazan”. Este lugar, esta mañana y este abrazo tan esperados necesitan que lo arribemos contando delicias de nuestras epopeyas, tanto personales como colectivas, y no en busca de la grandeza o la eternidad en el tiempo, simplemente para afianzar y encauzar nuestra identidad como personas con memoria.
Sidahmed, mi amigo de infancia, caía un ocho de julio, obviamente por otros sueños diferentes al de cualquier otro caído en un día de otro diferente julio. Tenía que haber vivido aquellos tres excelentes meses julio, agosto y septiembre, pero el destino ya estaba escrito, como decimos en hasania elmectuba. Cayó invicto en una espléndida mañana de Tiris, sin vientos, el cielo era un cuadro azul celeste, de blanco manchado con pocas y pasajeras nubes, que días mas tarde refrescaron su darih[3] y regaron dormidas semillas para brotar sedientas plantas de emurcba, ascaf y ensil y hacer correr pequeños riachuelos para dar vida al manto dorado de las dunas de Azefal[4]. Ese día también recogimos agua dulce de daya[5], llenábamos los grib[6] colgados en los costados de cada coche. Las lluvias refrescaron las dos últimas semanas de aquel mes de julio y las primeras de agosto.
Pasábamos todo el mes de agosto tomando agua caída del cielo y en cada rezo de los viernes leíamos una fetua[7] por el alma de mi amigo y la de sus compañeros de trinchera, El Bar, Graibis, Mohamed…
¿Por qué entonces nuestra dormida memoria? Eduardo Galeano se pregunta “¿Por qué será que hay muros tan altisonantes y muros tan mudos? ¿Será por los muros de la incomunicación, que los grandes medios de comunicación construyen cada día?”. Apliquémonos esta interrogante e inquietud de Galeano, rompamos los muros de nuestra memoria.
Bahia Mahmud Awah
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