Moratinos aboga por revitalizar la agonizante Unión del Magreb Árabe pero olvida los derechos humanos y la democratización.
Los mismos jóvenes harapientos que en el resto del Magreb; las mismas familias que ven pasar el tiempo en un parque público a falta de nada mejor que hacer.
Libia es un país bendecido por el maná de los hidrocarburos, pero la prosperidad parece ausente de las calles de Trípoli, una capital decadente sin el encanto de la bella Argel.
Quien sí aparece por doquier es Muammar el Gadafi, el líder libio, cuyo rostro avejentado y el extravagante gusto en el vestir que comparte con otros dictadores recuerdan desde los cientos de carteles en los que aparece posando que nada escapa a su control.
Miguel Ángel Moratinos, ministro de Asuntos Exteriores, llegó a este país el jueves, después de haber visitado Mauritania, Argelia y Túnez, como penúltima etapa de la gira que esta semana le ha llevado a los cinco países del Magreb y que concluyó el viernes en Marruecos donde acompañó al presidente del Gobierno.
En esta región se recibe bien al jefe de la diplomacia española. Moratinos mantiene unas relaciones muy cordiales con los líderes magrebíes, que conocen su indudable interés por un área a la que ha declarado dedicar una parte importante de sus desvelos. En esta ocasión especialmente. A pocos días de la Cumbre de París, Moratinos puede vanagloriarse de haberse entrevistado incluso con el imprevisible Gadafi, que le concedió una hora en un chamizo frente al mar.
Pero más allá de los temas bilaterales que ha abordado en cada país, uno de los mensajes políticos que ha resonado con más fuerza en este viaje ha sido el de la necesidad de revitalizar la agonizante unidad magrebí como motor de desarrollo de la región.
Para ello, se ha traído a colación la Unión del Magreb Árabe (UMA), una organización casi virtual - desde 1994 no se reúne su Consejo Presidencial y sus actividades están prácticamente congeladas- que debería asumir la voz del Magreb frente a la Unión Europea.
El ministro anunció que España aspira a organizar durante su semestre de presidencia europea en 2010 una cumbre UE-UMA, en lo que apunta también a un intento español de recuperar gracias al Magreb una parte del liderazgo euromediterráneo perdido en detrimento de Francia.
Pero la UMA aparece como una vía muerta para una unidad regional que nunca ha dejado de ser mera retórica de los líderes magrebíes. Cuando en 1989 los países del Magreb pusieron en marcha este proyecto, reinaba un clima de entendimiento entre ellos que habría de durar bien poco.
El principal obstáculo para la construcción magrebí ha sido después las diferencias en torno al conflicto del Sáhara Occidental y la rivalidad entre Argelia y Marruecos que desde 1994 tienen sus fronteras terrestres cerradas.
Ésta no ha sido la única traba. La falta de solidaridad con Libia cuando se le impusieron sanciones internacionales y las tensiones con Mauritania por su decisión de establecer relaciones diplomáticas con Israel han hecho de la UMA poco más que una entelequia.
Moratinos y su equipo no lo ven así y apuestan por esta moribunda organización, al igual que lo hacen por los poco democráticos regímenes magrebíes, sobre los que han sido pródigos en parabienes durante la gira.
La falta de libertades políticas y las ampliamente documentadas violaciones de los derechos humanos en los cinco países han estado ausentes del discurso de la delegación española.
De la posibilidad de condicionar la integración euromediterránea a la democratización, cláusula que sí se incluyó en el Proceso de Barcelona original, ni se ha hablado. Como dijo una diplomática que acompañaba a Moratinos, España "trabaja con los gobiernos magrebíes".
¿Pero y los pueblos? La revista marroquí 'Le Journal' se lamenta esta semana de que "la visión de la Unión por el Mediterráneo obvia lo esencial: una adhesión clara de Marruecos a los valores democráticos de sus vecinos del norte". Una carencia que, a juzgar por lo dicho en esta gira, puede hacerse extensiva a la política de España en el Magreb.