Jadiyetu Omar Ali Embarecfal
No he podido darle más vueltas a su último deseo, el de ver a la tierra y como dijo aquel joven poeta Michel Vieuchange “Ver Smara y morir”, porque dos semanas antes de dejarnos hablaba con ella por teléfono y recuerdo que en aquella última charla, le pregunté, hablando de nuestra tierra Tiris “Mamá, ¿dónde quisieras estar ahora acampada con tu jaima y dromedarios?”. Su respuesta no se hizo esperar, en medio de su dulce y serena sonrisa que me sonaba tangible desde pequeño “¿Sabes dónde?, en manher Galb Ashalay”. En el valle sur de Galb Ashaly. Sentí que me respondía con un fulminante verso, un famoso monte de Tiris que ella conocía de pequeña.
Hoy 20 de octubre hace justo un año que nos dejó en unos campos de refugiados en donde vivió veintisiete años desterrada de su hogar y tierra, optimista como siempre en volver pronto al hogar y la tierra que nos usurpó el régimen monárquico marroquí de Hasan II con su ambiciosa y bélica fe ciega de conquistar desde Colombechar, Mali, Río Senegal hasta Al Andalus.
Se fue sin poder olvidarse de las consecuencias que acarreó aquella espantosa imagen de hayuya y mayuya, preludio de su largo dolor en el exilio que se desató tras el abandonó y traición de la metrópoli española el año 75, la Marcha Verde. Nuestro norte serpenteaba con caravanas de viejos camiones Ford, el telón que cubría tanques y más de ciento cincuenta mil soldados destinados a matar y morirse por algo que nunca fue suyo, enarbolando los trapos de Henrry Kisinger y Hasan II.
Eternamente estarás viva en mí como lo estuvo en ti la tierra de Tiris, con sus maravillosas gentes, galaba, widian, elegantes dromedarios y gacelas. Descansa en paz, mamá, estarás viva en mi corazón, como lo es y será siempre para ti nuestra tierra, desde los límites de Dallet Am a los confines de la depresión Adrar Setuf.