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La resignación de Brahim

Enviado el Jueves, 18 de octubre de 2007, a las 22:22:55
Tema: Opinión - Enviado por prada
OpiniónEl malecón de La Habana estaba tranquilo, apenas se veía movimiento de personas. Carmen y Brahim, dos estudiantes de Filología e Historia del Arte, charlaban tranquilamente sobre la influencia de Grecia sobre Roma y la relación de estas dos civilizaciones con Egipto. A medida que iban profundizando en el debate cada uno de los dos se aferraba en sus argumentos históricos acerca del legado cultural heredado por el mundo actual y hasta qué punto Oriente influyó en Occidente. Con el pasar de las horas el sonido de la música se escuchaba cada vez más cerca y los dos sentían una enorme necesidad de ir a bailar a la terraza del Hotel Presidente y dejar la charla para otro día.
Dentro del hotel había muchos turistas disfrutando de una noche auténticamente tropical. El grupo de bailarinas se afanaba en animar y el público estaba entregado a la música. Carmen y Brahim estaban profundamente abrazados, sus cuerpos se perdían bajo el ritmo de un bolero de Benny Moré, el calor del desierto y la humedad del Caribe se fundían en un eterno abrazo bajo las gotas de una lluvia intensa, mientras las olas del mar impactaban en todo el litoral. Aquella madrugada era la última de Brahim en Cuba, después de quince años seguidos, quince años en los que llegó siendo un niño y se había convertido en todo un hombre de veinticinco años y licenciado en historia del arte. El hecho de tener que marcharse, dejar a Carmen y a sus amigos era una prueba de fuego para sus sentimientos, él que conocía la palma real, la cotorra, la yuca, el boniato y el batido de zapote y todos los sabores y colores que había vivido intensamente a lo largo de esos años. Pero también sabía que al otro lado del océano le esperaba su madre, su padre, sus hermanos y todo su pueblo abandonado en unos campamentos de refugiados.

Con el primer rayo de luz salió corriendo a toda prisa con Carmen hacia su residencia, subió por las escaleras hasta llegar a la segunda planta, entró en su habitación y abrió inmediatamente su armario. Empezó a recoger su ropa y sus objetos personales pero todavía tenía muchas dudas sobre el viaje y si realmente el avión iba a llegar a tiempo, el misterio estaba instalado profundamente en su corazón. 

Carmen no quería llorar, intentaba aceptar aquella situación como un hecho inevitable que tenía que llegar algún día. Así de esta forma entregaba sus manos al destino, estaba convencida del desenlace final de su relación con Brahim, pero quería robarle al tiempo todos los minutos posibles estar a su lado hasta el último momento, en el fondo tenía la certeza de que él se podía marchar para siempre pero su corazón seguía latiendo con más fuerza y de sus labios se escuchaban pocas palabras. Estaba desanimada, había perdido el apetito, sus ojos se quedaban quietos, desorientados y perdidos.

Mientras él quería evadir el momento, buscar refugio en sus recuerdos y en los buenos momentos compartidos y vividos, no quería ser superado por las circunstancias. En vano quiso controlar cada segundo, cada minuto y mostrarse alejado de la realidad. En un intento desesperado miró serenamente a Carmen y le dijo:

- Necesito pasear por la Avenida de los Presidentes y luego ir al malecón, solo voy a estar media hora y volveré.

Cuando se quedó solo, aquel 20 de agosto de 1996, sintió que necesitaba hacer un breve repaso a toda su vida en Cuba, no abandonar nada de lo que conoció y fijar su mirada en las olas del mar, buscar en ellas respuesta a todas las preguntas que no tenían respuesta, pero una vaga sensación le hacía recordar a su madre, la jaima y la arena del Sahara, aquella infancia lejana y el recuerdo de las costas blancas y azules que se perdía con el ruido de las gaviotas.

Volvió a la residencia despacio, no tenía ninguna prisa en llegar, metió su mano en el bolsillo y sacó un cigarro pero no tenía fuego para encenderlo. Decidió masticarlo porque una vez tuvo a un profesor que no fumaba, lo único que hacía era mascar bien la hoja de tabaco y mantener su sabor en la lengua. Brahim quería ir antes a la embajada y recoger su salvoconducto, entonces paró un taxi y le dijo al taxista:

- Llévame a Quinta Avenida, donde esta la embajada saharaui.

Compadre, pero tú eres habanero, ¿qué vas a hacer en la embajada esa? – le dijo extrañado el taxista.

Brahim no pudo disimular la risa y a la vez la sorpresa y le contestó:

- Yo no soy habanero pero llevo muchos años viviendo en La Habana, en realidad yo soy saharaui, vivo en un campamento de refugiados en el suroeste de Argelia pero me considero de aquí.

Los dos siguieron charlando hasta que llegaron a la puerta de la embajada. Le pagó veinte pesos cubanos y acto seguido se acercó al guarda que le preguntó por su identidad y le dejó pasar. Una vez dentro se dirigió a la oficina del encargado de los estudiantes, allí recogió su billete y toda su documentación y se marchó a toda prisa a encontrarse con Carmen y sus amigos, quería pasar con ellos las horas que le quedaban, respirar el olor del mar Caribe y bailar la inevitable canción de la despedida.

Llegó la hora del viaje, eran la seis de la tarde, estaba lloviendo intensamente sobre el aeropuerto internacional José Martí. Brahim tenía que facturar su equipaje, pasar por todos los controles de la terminal y luego despedirse de todos. En su interior sabía que aquella situación era una bola de fuego que recorría todo su cuerpo, quince años eran demasiados para él. Entonces miró a Carmen, la besó en los labios recorrió todo su cuerpo y con una mirada profunda, concentrado en sus ojos, buscó el avión sabiendo que las noches del desierto son frías y los días abrasan la piel.

Cuando ya estaba sentado en el avión cogió unas fotos y empezó a mirarlas, estaba nervioso, no acababa de creer que después de tanto tiempo se iba finalmente a marchar. Pensaba que el viaje no era real, su cuerpo estaba en el malecón y delante de sus ojos seguía la imagen de Carmen y la música de Benny Moré. Llegó la azafata del vuelo y le preguntó qué quería tomar pero él no contestó, estaba perdido intentando mantener en su corazón la sintonía de quince años en los que recorrió Cuba desde el cabo de San Antonio hasta la punta de Maisí.                                             


 

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