Todos creían que el partido islamista moderado de Justicia y Democracia iba a hacerse con el poder o simplemente iba a ganar las elecciones, aunque esto no significase que líder máximo del partido vaya a ser nombrado primer ministro por el Rey Mohamed VI. Marruecos tiene una curiosa democracia en la que es el Rey quien decide el nombre del jefe de Gobierno sea cual sea el partido al que pertenece y sean cuales sean los resultados logrados en las elecciones.

Era más o menos obvio que el secretario general del partido islamista moderado no lograría digerir el Gobierno y que éste quedaría en manos de uno de los amigos y compañeros de colegio de Mohamed VI en el que el malik (rey) confía más que en nadie y que además cuenta con el apoyo del majzén (el poder real) que emana del Palacio.

Hasta un momento dado algunos creyeron que el joven Rey marroquí se la jugaba nombrando a los islamistas para la gobernación del país, aunque no había garantía alguna de que estos grupos de la clase media y campesina fuesen capaces de llevar a cabo una labor de reconstrucción, desarrollo, lucha contra la corrupción y otros problemas pendientes.

Pero Mohamed VI ha preferido jugar sobre seguro, si acaso algunos de los dirigentes del islamismo moderado podrán integrarse poco a poco en la estructura de poder. Pero no será para mañana ni para pasado. Mohamed VI desconfía de los partidos políticos tradicionales (nacionalistas, socialdemócratas, comunistas domesticados, etc.) pero desconfía todavía más de los islamistas, sean o no moderados.

Razón no le falta al Rey: si alguna amenaza pesa sobre el reino cherifiano es precisamente la islámica, aunque debe reconocerse que hasta ahora la violencia urbana y los actos de terrorismo contra personas civiles —entre ellos varios españoles— no fueron obra de los islamistas moderados. Los grupos próximos a Al Qaeda están incrustados en las zonas más pobres y desarraigadas de la periferias urbanas y son ellos los responsables de esta violencia ciega.

La Policía y las Fuerzas Armadas intentan ahora —con el apoyo de los países vecinos, entre ellos España— acabar con esta lacra mediante una política de gran severidad y rigor. El problema estriba para los sectores de las clases medias, que esperaban una verdadera liberalización del régimen en que la violencia terrorista está llevando a respuestas sin matizaciones por parte del majzén, y esto se está reflejando por ejemplo en la persecución contra los periodistas y medios de prensa que intentan avanzar en el terreno de la libertad.
 
Por de pronto, casi una docena de periodistas se encuentra en cárcel por insultos contra la monarquía y la Constitución. No es un buen comienzo para quienes creían, tal vez ingenuamente, que en Marruecos la libertad se iría conquistando poco a poco, empezando por los medios de comunicación.

De ahora en adelante, y tras el fracaso relativo de las recientes elecciones, tanto el régimen y el poder como las organizaciones políticas no tendrán más remedio que pactar un statu quo con el Palacio. Pero nada de eso será fácil. El país necesita una dosis considerable de entusiasmo y optimismo. No será fácil que lo logre y no podrá lograrlo tampoco si no cuenta el apoyo de los países vecinos, algunos tan problemáticos como Argelia. España tiene, también, que echar una mano.