BERNABÉ LÓPEZ GARCÍA: "HABLA UN LOBBISTA". TEXTO INTEGRO.
Texto de la intervención del profesor Bernabé López García en el seminario sobre cooperación con el Sáhara Occidental que, organizado por varias universidades madrileñas, se celebra estos días en Madrid. El texto aparece en este espacio con autorización de su autor.
HABLA UN "LOBBISTA"
Bernabé López García
Bromearé para comenzar mi intervención, ya que no veo muy claro mi papel en esta mesa, pues no soy saharaui y pienso que son los saharauis los que deben defender sus proyectos en este panel. He defendido en un artículo reciente que es necesario "saharauizar la cuestión del Sahara" para que sean los saharauis los que realmente definan su destino. Y sigo pensando que ahí está la clave del problema.
En realidad, yo soy sólo un "lobbista". Al menos eso es lo que algunos piensan de mí y como tal lo han escrito en artículos o páginas web. "Un experto en todo y en nada, un iluminado que a veces se cree en posición de poder influir en la historia y en los acontecimientos, yendo contra ambas cosas a la vez".
Si fuera así, me pregunto qué hago aquí, en una mesa redonda sobre un proyecto político para el Sahara Occidental, en un seminario que se subtitula "Tiempo de soluciones para el Sahara Occidental".
Soy, o me considero, un observador atípico. Atípico porque mi observatorio, mi punto de observación de este drama difiere del de otros observadores. No es lo mismo observar desde una colina que desde el fondo de un valle. Y no diré que soy yo el que está en la colina o en el valle.
Quiero explicar por qué mi punto de observación es diferente. No viví el momento descolonizador (aunque interrupto) que va del verano de 1974 a febrero de 1976 en España, mezclado con los avatares de las enfermedades de Franco, de los procesos de arranque de la transición española. Los viví, sí, pero desde la distancia de una suerte de exilio en la Universidad de Fez, donde permanecí esos años en contacto con otros discursos, con otros nacionalismos. Un nacionalismo, el marroquí, convencido de que su proyecto era libertador. La paradoja es que el contexto "libertador" ofrecido no era otro que la incorporación del Sahara y los saharauis en una dictadura férrea que utilizó la cuestión sahariana como crisol de una cohesión política bajo la promesa de una democratización que no llegó. Y que no llegó en gran medida con el pretexto de la pervivencia del conflicto que surgió de esa descolonización abortada.
Aquel punto de observación me permitió entender muchas de las razones esgrimidas por Marruecos. Entender que desde el principio de la historia (y la propia historia del fundador del Polisario, El Uali, lo atestigua) Marruecos tenía algo que decir sobre el destino de este territorio. Aunque no toda la palabra como sus autoridades pretendieron. Razones algunas apoyadas en la historia más o menos reciente, sobre todo del período en que la parte más radical del nacionalismo marroquí se comprometió en la liberación del Sahara Occidental, de la región de Tarfaya y de Ifni, ocupados por el colonialismo español y que habían escapado al proceso negociador de la independencia marroquí. En ese compromiso encontraron, nadie puede negarlo, fuertes apoyos en sectores saharauis. Todo esto contribuía a confirmar que la integración del Sahara en el Reino de Marruecos era una de las opciones posibles y legítimas sobre las que el pueblo saharaui debería pronunciarse.
Mi proceso de observación diferenciado me dio sobre todo distancia sobre las "verdades definitivas" que unos y otros pretendían poseer sobre el problema. Me hicieron escéptico frente a los grandes principios que terminan siendo palabras hueras invocadas para autojustificarse, alérgico a las propagandas de uno y otro signo, partidario en cambio del entendimiento directo de las víctimas separadas por este conflicto, entendimiento en torno a sus problemas e intereses concretos, lejos de las abstracciones, de los eslóganes o de las adhesiones incondicionales.
Mi oficio de historiador me hizo comprender que la historia no lo explica todo, que la historia es narración reconstruida y por tanto manipulable. Que las grandes figuras históricas pueden servir a unas causas y a sus contrarias, que enemigos irreconciliables se pueden reconocer en ancestros comunes de los que cada cual hace la propia lectura interesada. Que los combates libertadores pueden ser instrumentalizados por los unos o por los otros.
En mi observación prolongada aprendí que en todo pueblo, y en el saharaui por supuesto, existen corrientes, visiones, grupos de presión, intereses diversificados. Tribus o sectores pro-mauritanos, pro-marroquíes, pro-argelinos, pro-españoles o simplemente pro-saharauis. Siempre entendí que todos ellos eran los que debían decidir sobre su futuro, algo a lo que no se dio lugar por la precipitación de los acontecimientos en aquellos días de 1975. De los que Marruecos acabaría sacando provecho acallando a todas las voces discordantes.
Pero desde 1975 muchos acontecimientos han tenido lugar. Las cosas no son ya como eran. Mauritania se desentendió del Sahara en 1979, a su manera, aunque siga siendo un vecino fraterno pendiente siempre de la evolución y de la posible solución del problema. África es hoy un continente maltrecho, desgarrado, entre otros conflictos, por este del Sahara que precipitó el estallido de su Organización de la Unidad Africana por un empeño voluntarista de reconocer a toda costa a una República, la RASD, construida sobre las arenas de un desierto ajeno y la autodeterminación precoz de tan sólo una parte del pueblo saharaui. Ni la revolución palestina ni siquiera la revolución argelina dieron nunca el paso de proclamar una república en el exilio que sólo iba a traer división y encono.
El movimiento saharaui tampoco es hoy el mismo, sometido a una fuerte diáspora e incluso a la dinámica de los recientes movimientos migratorios internacionales. Ha debido sufrir crisis internas, como la de 1988, desgarros políticos que han producido incluso una corriente -no tan pequeña- que ha "reintegrado" Marruecos.
En el interior del territorio la población se ha diversificado, llegándose a más que triplicar. Inmigrantes (colonos se les llama también) del norte marroquí, de todas las provincias, se han sumado a un éxodo impuesto de poblaciones traídas de provincias vecinas para rellenar el censo en una torpe maniobra del que fuera todopoderoso valido de Hassan II, Driss Basri, que no han hecho más que chabolizar a una parte de la población, creando nuevos problemas.
Por último, tampoco Marruecos es hoy el mismo de 1975. Está, más que nunca en estos últimos 30 años, confrontado a los problemas reales del atraso económico, del desgaste del sistema político, minado por una elite oxidada incapaz de renovar constitucionalmente el país, y presionado por una población sin esperanzas ni alternativas claras, perdida entre el Guatemala y el guatepeor del harraguismo y el chahidismo. El problema del Sahara, en el que invirtió vidas y presupuestos, ha contribuido enormemente a profundizar la crisis.
Pero hay algo que también ha cambiado. El Marruecos de hoy no es el Marruecos del "referéndum confirmativo" de 1981, incapaz de ver en el Sahara una entidad con personalidad propia, con su especificidad.
Y es aquí donde tal vez tenga sentido mi aportación en esta mesa redonda (o cuadrada) sobre "soluciones", aunque lo lógico hubiera sido que de soluciones hablasen otras voces saharauis que existen y apuestan por la salida autonómica. Pero en su ausencia, permítanme, ya para terminar, decir que el Marruecos de hoy, al menos esa es la lectura que yo hago del proyecto de autonomía que se ha presentado en las Naciones Unidas, parece estar dispuesto a hacer el reconocimiento de esa personalidad saharaui, el reconocimiento del derecho al autogobierno, en un marco de amplia autonomía, y a negociar los márgenes de ese autogobierno. Y eso es el fruto, sin duda, de la perseverancia de los saharauis y del Frente Polisario en particular, que con su esfuerzo, resistencia y lucha han mostrado la esterilidad de la gestión securitaria y represiva de Marruecos. El proyecto está ahí, encima de la mesa, por primera vez escrito en negro sobre blanco.
Es cierto que el Marruecos de hoy está "enfermo del Sahara" como escribió hace dos años el escritor marroquí Abdellatif Laabi. Pero para salir de esa enfermedad necesita una salida razonada, discutida, dialogada. La "curación" del Sahara depende del proceso democratizador de Marruecos. Es falso, a mi entender, que ese proceso de democratización sea un asunto que importa sólo a Marruecos y a los marroquíes. Es un asunto que importa –y mucho- a sus vecinos, saharauis, españoles o argelinos.
Para encontrar una salida todos deben ceder un poco. ¿No implica ya una cesión el reconocimiento de la identidad saharaui que está implícito en el proyecto de autonomía? ¿No es acaso, insisto, una manifestación de la victoria moral del Frente Polisario?
Estoy, pues, a favor de que comiencen esas negociaciones de buena fe, sin condiciones previas, de que habla la Resolución 1754. Y pensando, por encima de todo, en que los saharauis de Tinduf puedan tener un techo definitivo en su tierra y un trabajo, en compañía de sus familiares.