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VIAJE POR EL SAHARA OCCIDENTAL
VIAJE POR EL SAHARA OCCIDENTAL

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Autor/a/es:

SANZ NAVARRO, MARIANO


Editorial:

DIEGO MARIN


Sinopsis:

Prólogo.Otra mirada   Para degustar el placer del viaje que nos ofrece Mariano Sanz Navarro en su El Badía basta con calzarse unas babuchas, espatarrarsebajo una morera real con una “palomica” de aguardiente anisado al alcance de la mano y disfrutar de este recorrido mariano hacia el umbral del desierto que un día fue la 53 provincia española.   Mariano Sanz aplica su vocación renacentista en la que se confunden el conocimiento técnico, las ciencias del alma y las disciplinas delespíritu para contar cuanto le ocurre a un terceto de españoles que decide bajar desde Murcia hasta la Villa Cisneros de nuestra aventuracolonial y capuzarse en las dunas alunadas que se van encontrando.Si Murcia con Almería constituyen el desierto de Europa, el viaje de Alejandro García, Gonzalo Sánchez y Mariano Sanz es un desplazamiento entre desiertos, entre la nada y más allá de la nada, repleto sin embargo de tantas aventuras y detalles como granos esconde unagranada.   La lectura de El Badía me ha proporcionado la mirada que desde hace 30 años venía necesitando para tratar de encajar en mi percepción de la realidad las piezas del rompecabezas sahariano. Como enviado especial de ABC llegué a El Aaiún los primeros días de junio de 1975, pocas jornadas antes de que el capitán marroquí Abua Chejequivocara las órdenes, tomara el enclave de Mahbes aprovechando la salida en maniobras de la Legión y terminara siendo poco después con su gente los primeros prisioneros en acción de guerra del ejército español desde seguramente la clandestina guerra de Ifni. En aquel mes de junio hacía pocas semanas que se habían producido las manifestaciones que dieron visibilidad política al Frente Polisario con motivo de la visita de la delegación de la ONU al territorio. El general Gómez de Salazar ejercía de ecuánime gobernador de la provincia. El coronel Rodríguez de Viguri, verdadero cerebro gris de los planes políticos en el territorio, creador del PUNS en contraposición a los“rojos” del Frente Polisario, mangoneaba en lo posible las volubles voluntades de los notables componentes de la Yemaá y disfrutaba realizando verdaderos ejercicios malabares de ocultación y rasputineo. Pero Viguri no pudo evitar que el secretario general del nuevo partido, Hali Henna, huyera a Rabat con las 200.000 pesetas de la caja del partido para rendir vasallaje a Hasán II. Ni que el presidente de la Yemaá, El Jatri, se hincara de rodillas ante el rey marroquí en los primeros días de noviembre de aquel 1975.   Otros altos oficiales del ejército español vivían con profesionalidad los últimos momentos de nuestra presencia en aquel territorio. El co ronel Bourgón, jefe del Estado Mayor, quien después sería el primer director del CESID; su segundo, el teniente coronel Miguel Íñiguez, quien años más tarde acompañaría al teniente general Gutiérrez Mellado en la reforma del ejército y terminaría siendo jefe de su Estado Mayor; el coronel Timón Lara, jefe del Tercio Don Juan de Austria de la Legión, ascendido a general antes de su regreso a España; los Pardo de Santayana, verdadera élite del ejército de Tierra; el coronel SanMartín, en su momento, mano derecha del almirante Carrero Blanco y posteriormente condenado por su participación en el intento de golpe de Estado del 23-F, y el comandante Agustín Muñoz Grandes, a la sazón jefe de la unidad de helicópteros.   Los rumores de abandono y huída fueron tomando cuerpo durante aquel desgraciado verano y en el otoño víspera de la enfermedad mortal de Franco. En la que sería su última visita, el Príncipe de España, Don Juan Carlos, acudió el 2 de noviembre al Sáhara a levantar la moral de una oficialidad que intuía que se preparaba una escapada vergonzante. Las palabras de aliento del Príncipe, que desconocía la decisión del Gobierno de evacuar el territorio, serían comentadas por el coronel Eduardo Blanco, ex director general de Seguridad y a la sazón responsable desde Madrid de las cuestiones saharianas con la frase: “La borbonada nos va a costar una guerra”. Porque la guerra era lo que a toda costa quería evitar el gobierno de Arias Navarro con un Franco en declive y un rey de Marruecos ya entonces bienquisto por los norteamericanos. La perspectiva de un ejército africano con reivindicaciones del estilo de las mostradas por la oficialidad portuguesa un año antes se presentaba insufrible al débil gobierno Arias.   Meses después de la escapada y con motivo de la designación por la revista Blanco y Negro de Adolfo Suárez como hombre del año, Luis María Ansón, que nunca ha dado puntada sin hilo, convocó a políticos del régimen, obviamente, a empresarios, banqueros y periodistas para arropar el almuerzo de homenaje. En un aparte, un José Solís Ruiz, apodado de antiguo “la sonrisa del régimen”, comentaba con presunto gracejo andaluz su visita a la tienda de campaña en la que el rey Hasán II se alojaba durante la Marcha Verde. Narraba el ministro la preocupación que existía en el gobierno, con un Franco agonizante y una opinión internacional en contra. Así que al llegar ante el astuto rey le estampó: “Majestad, de andaluz a andaluz, esto hay que arreglarlo”.   La Marcha Verde y la salida española del Sáhara colmó a muchos de cuantos seguimos de cerca los acontecimientos de una profunda melancolía en el dañino sentido que le aplicara Pablo Neruda en su Canto General: “Yo vi llegar a mi corazón, como una copa que odio, la vieja melancolía”. Habíamos vivido las bombas que hacían explotar activistas de un promarroquí y fantasmagórico Frente de Liberación y Unidad (FLU) contra intereses españoles. No sabíamos sin embargo que mientras se afrontaba la Marcha Verde, España sólo se mantenía en El Aaiún, Villa Cisneros, Güera y Smara. Todos los demás enclaves habían pasado a manos marroquíes, mauritanas y algunos, pocos, del Frente Polisario, que nuevamente mostró su torpeza: primero luchando contra España y cuando la marcha marroquí, refugiándose cerca de la frontera argelina.   La frustración y la melancolía me impidieron volver al desierto, al mojón de las tres meadas (el que dividía Marruecos, España y Argelia), donde hicimos un alto antes de dejarnos apresar, como era nuestra intención, por los polisarios que mantenían secuestradas dos patrullas militares españolas. Pero fueron los argelinos los que nos “retuvieron” en Tinduf y nos pusieron dos días después de nuevo en la frontera. No volví al lugar donde el mítico pájaro de la jabara se adelantaba a Internet y difundía casi al instante las noticias de un confín a otro del inmenso y deshabitado territorio. Ni acudí para escuchar de nuevo la música del desierto que desde hace milenios se reproduce todas las noches del tórrido verano por efecto de la diferencia de temperatura. De los 60 grados del mediodía a los 20 grados nocturnos existe tal gradiente que hace gemir a las piedras al resquebrajarse, emitiendo diferentes sonidos según su textura.   Tampoco viajé a Marruecos. Algo había que me hacía desistir de cualquier viaje que tuviera como destino alguna de las hermosas ciudades marroquíes. Y ha sido más de 30 años después cuando la mirada poliédrica, abarcadora y divertida de Mariano Sanz en este libro me ha mostrado todas mis carencias por haberme quedado anclado, como una estatua de sal, en nostalgias y preconceptos paralizantes.   Ciertamente no me seduce un Sáhara marroquí, como tampoco, un Sáhara argelino. Detesto comprobar que las líneas de dunas deben alternarse con los muros defensivos marroquíes en un genuino intento de ponerle puertas al campo. Me agobia la visión de los campamentos de Tinduf donde todo un pueblo parece estar sirviendo de moneda de cambio de los intereses de potencias europeas y magrebíes que lo mantienen suspendido en el tiempo como verdaderos hijos de las nubes. La propaganda interesada nos ha llevado a olvidar la resolución de la Corte de Justicia de La Haya que en su sentencia de 16 de octubre de 1975 concluyó que los elementos e informes puestos en su conocimiento no establecían la existencia de ningún lazo de soberanía territorial entre el territorio del Sáhara por una parte y el reino de Marruecos o el conjunto mauritano por otra. El Tribunal no había comprobado tampoco la existencia de lazos jurídicos cuya naturaleza modificase la aplicación de la Resolución 1514-XV en cuanto a la descolonización del Sáhara occidental y en particular la aplicación del principio de autodeterminación, gracias a la expresión libre y auténtica de la voluntad de las poblaciones del territorio. Ocurre, sin embargo, que en el mundo globalizado en que vivimos parece cada vez más improbable también un Sáhara independiente, con lo que sin advertirlo regresamos al principio del sueño que un día tuvieron quienes se rebelaron torpemente contra la administración colonial española. Para situaciones así nos sirve el ojo de saltamontes afacetado que nos proporcionan libros como El Badía con su virtualidad de ampliarnos el horizonte y entre bocado y trago de la frasca clandestina adentrarnos en la vida cotidiana y en la historia de ese espacio que hemos convenido que se encuentra entre la nada y más allá de la nada, hilvanándonos historias llenas de interés, estupendamente enjaretadas en las singladuras del viaje. Muchas de ellas tan reales como los festejos en las jaimas y las largas salmodias de saludos entre los invitados.   Y de paso, nos abstrae de la política que en mi limitada experien cia prevaleció lamentablemente sobre los paisajes, las gentes y las costumbres; en definitiva, sobre el viaje. Eso es lo que también nos proporciona Mariano Sanz. Con la meticulosidad de un viajero de los de antes de la televisión, el autor va anotando en su cuaderno de viajes los detalles -los importantes y los nimios- de sus encuentros con ciudades, escenarios y personajes, sin eludir las contradicciones en las que a menudo caen sus interlocutores en su afán por llevar las aguas a su molino. Mariano Sanz sabe mezclar con maestría sus experiencias, sus pálpitos y sus lecturas hasta obtener un cuadro de situación que sólo podrá disgustar a quienes alimentan los dos extremos de la desgraciada historia del pueblo saharaui como corresponde a las miradas de viajero que pretenden recoger la realidad y con ella, la verdad, aunque choque con las propias convicciones. Es esa otra mirada que tanto se agradece cuando el encono o el olvido amenazan como en este caso el futuro de todo un pueblo. Manuel María Meseguer Escritor y periodista. ************************************** El Comienzo   Los beduinos, hijos de las nubes , hacen de su vida un peregrinar tras las escasas lluvias estacionales que son la fuente de vida para ellos y sus ganados; a veces, el cielo del inmenso desierto se ensombrece en la lejanía poblándose de nubarrones negros que presagian lluvia. Entonces, nómadas de los cuatro puntos cardinales emprenden la marcha tras ellas buscando el verdor que surgirá, casi de improviso, en un viaje que les llevará semanas o meses. Parten hacia el Badía.   Ese viaje permanente, el Badía como ellos lo llaman, había comenzado en mi imaginación tiempo atrás. Hace un par de años, las circunstancias extrañas que guían los designios de los hombres, nos habían reunido en Murcia a Alejandro García, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad, buen conocedor del tema saharaui sobre el que ha publicado numerosos trabajos, a Mahayup Salek, ex polisario compañero del Uali en los primeros tiempos, exiliado en España desde hace mucho y a este viajero aprendiz de historiador en torno a unas patas de cabrito de las que dimos buena cuenta en amigable compañía. El tema que a todos nos traía era, una vez más, el del Sáhara Occidental, especialmente el Sáhara de Tinduf y sobre ello, conmigo de oyente, se despacharon ambos largo y tendido como el asunto requería. Pero al final, Mahayup empezó a tejer la conveniencia de un viaje, siguiendo las costa atlántica, que nos llevará hasta la frontera de Mauritania y en el que pudiéramos conocer por menudo la realidad actual de la zona saharaui correspondiente a lo que hoy aparece como parte integrante de Marruecos (“las provincias del sur”, como gustaba llamarlas SM. Hassán II).   Tantas cosas han sucedido desde que España saliera por piernas, malas piernas, de allí, y tanto se ha escrito sobre la peripecia de los nacionalistas de Tinduf, que ese tema comenzaba a estar colmatado, a falta solamente de registrar los últimos acontecimientos, que van sucediéndose en una sinfonía inacabada de notas graves y agudas de forma alternativa y elaborar la posibilidad futura, que se vislumbra imprevisible y cambiante. Apetecía echar un vistazo a realidad del lado marroquí, menos contaminada de caridad inmediata, de sufrimiento estúpido y gratuito. A veces es bueno subirse a la azotea y divisar un panorama quizás menos preciso pero más de conjunto.¿Será cierto que la proximidad del bosque impide ver los árboles?Es bueno ampliar el propio conocimiento sobre cualquier realidad, a pesar de que “cada descubrimiento, al mejorar nuestros conocimien tos actuales, también agranda las fronteras de nuestra ignorancia”.2   Mahayup, mi buen amigo, posee entre otros, el encanto de la oratoria, producto sin duda de la cultura a la que pertenece en la que la palabra es el fundamental vínculo entre las personas. En su tierra, en su cultura, la palabra es omnipotente y para él, además, ha sido durante muchos años herramienta de trabajo. Su voz profunda y cálida capaz de fluir como una cascada interminable sobre temas de mayor o menor cuantía, fue desgranando los pormenores del proyecto mientras le escuchábamos ilusionados. De tanto en tanto, una risa amplia e inocente, como de niño no contaminado, hacía paréntesis y quitaba hierro a lo espinoso del tema.   La descripción del viaje que nos proponía, en la zona que tan bien conoce (él había residido, antes de los campamentos, mucho tiempo en Tan Tan, foco primero del independentismo saharaui), las ciudaes que habríamos de ver, sus gentes, el desierto inmenso y bello nos tenían embobados, con ganas de coger los petates y salir de camino inmediatamente, impresionados por la posibilidad de visitar una zona que no resulta en exceso asequible si no es en las expediciones organizadas con los monstruosos 4x4 del Coronel no se cuantos.   Esos viajes fantásticos que tan fáciles parecen en una saludable sobremesa tienen su punto de irrealizable. Con ello se cuenta en la fabulación, pero dejan un poso, un regustillo profundo que nunca acaba de olvidarse, que sale a flote cada vez que la ocasión propicia remueve los recuerdos. A lo largo del tiempo transcurrido desde entonces, mientras Mahayup hacía sus viajes inopinados (la ilusión del beduino es el viaje permanente) y recibíamos sus noticias desde Bilbao, París o Nuakchott, la referencia al Badía era inevitable.   - ¿Cuándo viajaremos, profeta? (Mahayup, por alguna razón que sólo él conoce, me llama profeta).   - ¿La primavera próxima? ¡In Shallah!3   Pero nadie estaba seguro de cuando llegaría esa primavera. Hasta que un buen día el profesor me llamó:   - Nos vamos.   Era el momento. En la vida hay un momento para cada cosa y el momento del viaje había llegado. Mahayub estaba en Mauritania, no se sabía donde (¡en el Badía!) ni hasta cuando, pero no podíamos esperar. Aparejamos y contactamos con Sánchez, excelente diseñador y fotógrafo que haría de tercero, dicho sea con todo respeto. Él se ocuparía del reportaje gráfico, sería nuestro ojo de Horus.   El equipo estaba completo.   Nos dimos al camino una mañana de final de invierno, aún de noche, ateridos y somnolientos, con el corazón vibrante y lleno de esperanzas, ansiosos de aventura. No sabíamos muy bien cuál era el objetivo exacto de la expedición; ante nosotros se abrían múltiples interrogantes sobre lo que habría de depararnos la fortuna. Lo único cierto es que debíamos encontrarnos en Rabat con un señor llamado Ma el Ainín Mrabih Rabbu, un funcionario del Ministerio de Comunicación, hombre de letras, buen conocedor del tema del Sáhara, ex-polisario y biznieto del Chej Ma el Ainín, que había contactado con el profesor una vez leído su libro y manifestado mucho interés de que conociera el Sáhara actual “desde el otro lado”, es decir, desde el lado marroquí. El resto de la expedición, además de hacer notable bulto, colaborábamos en el apoyo logístico pero conocíamos mucho menos las raíces del problema y éramos casi legos en la situación histórica y política que el profesor tan bien conocía.   El coche de Alejandro, un 4x4 pequeño y amanoso, hizo cubículo suficiente para nosotros y nuestros pertrechos entre los que no po dían faltar una “frasca” de 15 litros de tinto de la Rioja alavesa que, a modo de precaución, por si las prohibiciones coránicas, nos propor cionaba cierta seguridad espiritual.   Salimos de piro, confiándonos a la buena fortuna y a la experta conducción de nuestro ágil y experimentado auriga que, como se verá más adelante, en nada defraudó nuestras expectativas.   El largo y monótono camino, amparado por la noche, propició las confidencias necesarias para iniciar en conocimiento a los neófitos. Comentamos nuestras experiencias en los Campamentos de Tinduf y las peripecias que a todos nos han hecho, con dolor, retraernos de ellos, entre otras la muy conocida y comentada en nuestra región de comprar un grupo de camellas de leche para abastecer a los inermes niños de los campamentos traducido en el practico cheque de unos cuantos millones de pesetas que serían utilizados por los viciados circuitos del establishment polisario para los fines que la revolución proponga y que poco tienen que ver con lo que la ayuda humanitaria supone.   Pero así es la vida, los objetivos de la revolución son prioritarios. El caso es que la revolución sólo es importante para el que está inmerso en ella. Desde fuera, las cosas se ven de muy distinta forma y a nadie corresponde el juicio.



Año de publicación:

2007

Encuadernación:

Tapa Blanda

Número de páginas:

206 páginas

Dimensiones:

N/D cm

ISBN:

9788484255338

Lengua (idioma):

Castellano

Fecha de alta:

29/09/2008


 


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